La ciudad y los libros
Con cada vez más frecuencia, grandes y pequeñas ciudades de América y Europa hacen que el libro, la escritura y la lectura se conviertan en protagonistas festivos de sus espacios públicos. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Barcelona, Cataluña, el día de San Jordi. Los libreros se apropian del Paseo de Gracia y los floristeros de las esquinas de toda la ciudad. Porque ese día ya es una tradición regalar a las personas queridas un libro y una flor.
La Feria del Libro de Bogotá es también una fiesta que le cambia el rostro a la ciudad. Como la de Buenos Aires y la de Guadalajara, probablemente las más grandes de América Latina. Cartagena, una ciudad mucho más pequeña, tiene sin embargo el Hay Festival. Que no es una feria del libro sino un encuentro de escritores que, de manera parecida a un espectáculo festivo pone en contacto al público asistente con una variada gama de escritores que conversan entre sí en formatos parecidos a un set de televisión.
En Venezuela, por suerte, a pesar de los diecisiete años de infortunio rojo, se han mantenido en el tiempo unas cuantas ferias del libro democráticas. Digo democráticas porque el gobierno central realiza una, la Filven, que heredó de la institucionalidad anterior, pero la convirtió en una maquinaria proselitista de la “retrolución” autodenominada socialismo del siglo XXI.
Las demás ocurren por todo el país. La Feria del Libro Universitario, en Mérida. La Feria del Libro de la Universidad de Carabobo, en Valencia. La Internacional del Caribe, en Margarita. Y la que hoy concluye en Caracas, el Festival de la Lectura de la Alcaldía de Chacao, que llegó con esta a su octava edición teniendo como sede la plaza Francia de Altamira, a España como país invitado y a Elisa Lerner como escritora homenajeada.
Lo que ha ocurrido desde el 21 de abril en este espacio feliz ha sido un bálsamo para el corazón y la mente de los habitantes de Caracas, acorralados por la delincuencia, acosados por la escasez y despreciados por su gobierno central.
El festival es un buen ejemplo de la resistencia democrática y de la voluntad de los venezolanos no militaristas para mantener a toda costa las libertades civiles, la fe en el especio público como lugar de encuentro y en el arte y la literatura como medios de hacer la vida personal y colectiva más digna, grata y trascendente.
No conozco el número exacto, pero en estos 11 días deben haber ocurrido más de 200 eventos. Todos, siempre, abarrotados de asistentes. Presentaciones de libros, foros y conversatorios sobre temas diversos, conciertos musicales, recitales, talleres para niños y para adultos, hasta la puesta en escena de obras teatrales.
No importa lo que ocurra, siempre hay público aguardando. Tuve el gusto y el privilegio de hacer de presentador de Fernando Mires, el sociólogo chileno residente en Alemania. Con la presencia de Ramón Muchacho, alcalde de Chacao, gran animador del festival, y de Henrique Capriles, el gobernador de Miranda.
Lo que ocurrió aquella noche aún me tiene impactado. Primero por el número de asistentes. El Anfiteatro Sur, un espacio abierto, en una de las salidas del Metro de Altamira, resultó insuficiente para la cantidad de personas que querían ver y escuchar a un científico social que más que una analista ha sido lúcido compañero de viaje de los venezolanos demócratas en este capítulo amargo de nuestra historia.
Segundo, por el cariño y el respeto que suscita el invitado. Fue emocionante ver a todas las personas, de pie, dándole la bienvenida con un aplauso y luego la concentrada devoción con que todos siguieron atentamente sus reflexiones. Y luego por la lucidez de Mires. Fue una lección de sabiduría política. Un llamado a no dejarnos llevar por la desesperación ni por los radicalismos y entender que de la manera como salgamos de este club de destructores que nos gobiernan dependerá el tipo de sociedad que construyamos luego.
Definitivamente, la ciudad y los libros, la escritura y la lectura, convierten las plazas y los espacios públicos en ágoras democráticas.
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