domingo, 14 de mayo de 2017

Un pañuelito para llorar

Un pañuelito para llorar

Rodolfo Izaguirre
Lilian Tintori se dirigió a un piquete de guardias nacionales y preguntó por su marido, preso y lastimado brutalmente en Ramo Verde: “¿Leopoldo está allí?” y un denso silencio se levantó entre ella y los guardias. No palpitó ninguno de los corazones animales sobreprotegidos por el equipo antimotines. Volvió a preguntar: “¿Leopoldo López está allí, preso?” El silencio ya no era silencio se había clausurado a sí mismo, se había convertido en mudez.
Lo hemos dicho otras veces: el silencio se diferencia de la mudez en que abre la posibilidad de una respuesta. En cambio, la mudez cierra toda posibilidad de diálogo. Clausura, atranca, pone tabiques, se refugia –como en el caso de Lilian y los guardias nacionales– detrás de la orden militar y el equipo de botas, cascos y tanquetas; bombas, balas, perdigones, ballenas y una mente (se dice) preparada y adoctrinada por cubanos castristas no para reprimir sino para aniquilar. Pero no solo es el silencio del venezolano represor que dispara bombas lacrimógenas a quemarropa y asesina a muchachitos nacidos cuando hugo chávez estaba apareciendo en el paisaje político, sino la crispante mudez de los ingratos intelectuales formados y respetados en la cuarta república sin importar sus inclinaciones políticas pero, hoy, adictos al chavismo. Artistas e intelectuales con quienes compartí ayer glorias y desilusiones. Me duele ver que se comportan como los tenebrosos y odiados guardias nacionales que enfrentó Lilian Tintori: mudos ante el derrumbe del país, sin discrepar; incapaces de emitir alguna opinión, sin repudiar el genocidio y el espanto del dólar a 5.000 bolívares. Los intelectuales chavistas no quieren ver el genocidio o el tráfico de drogas que ocupa la rampa cuatro de Maiquetía mientras la corrupción se extiende en todos los niveles del comportamiento oficial. No quieren ver la trampa, la traición de escarrá, los ultrajes a las madres y esposas de los presos políticos; las torturas, la barbarie de los grupos armados que nos aterrorizan; la desesperación del régimen al perpetrar una constituyente comunal violando nuevamente la Constitución. Ninguno de estos desmanes ha encontrado en mis antiguos amigos contagiados de despotismo ninguna observación, ninguna exclamación de asombro o disgusto o siquiera el tímido asomo de admitir que las marchas, plantones, manifestaciones y contundentes acciones de desobediencia civil están poniendo en jaque al régimen militar obligándolo a tomar medidas locas y desesperadas.
Dejo claro que cualquiera de nosotros es libre de sostener la adhesión ideológica que quiera o ninguna. ¡Es una libertad que no se negocia! Lo que cuestiono es que el régimen militar irrespeta la mía y quiere imponerme la suya. Lo que rechazo es la complicidad de estos artistas e intelectuales con el crimen; lo que condeno es su silencio, su mudez. ¡Lo que me produce escalofrío y decepción es que no imaginé que la sensibilidad que canta en el poema, la música que escapa de los colores del pintor o que unen y ritman las imágenes del cine podían cerrarse en torno al déspota de la misma manera como se cierran las voces y el corazón de los guardias nacionales mientras sueltan los perros que llevan dentro y se complacen en los desafueros de su propia violencia! No pretendo escribir sus apellidos porque tendría que utilizar las minúsculas tal como lo he hecho al referirme a chávez, a escarrá, a la cancillería o al ministerio de la cultura o de la defensa, pero puedo hacerlo con sus nombres de pila: edmundo, román, carlitos, luis alberto... Tampoco son muy amigos porque permitieron que chávez y maduro sostuvieran que soy un gusano fascista y jamás salieron en mi defensa.
Su verdad está en las armas, en el sapo cooperante, en la equivocada concepción económica, en la fascinación por la corrupción y el dinero escamoteado al Tesoro de la Nación o por el que corre por las rampas de los aeropuertos. Salvo por el “¡Ordene, comandante!”, y una reciente reunión con adán chávez, permanecen mudos.
Y el silencio en el que creen estar protegidos tiende a hundirlos aun más. ¡Algún día volverán! ¡Entonces rogarán a Aquiles Nazoa y a Simón Díaz para que busquen a la niña que borda la blanca tela y teje en tu telar y les borde el mapa de la nueva Venezuela y en un pañ​u​elito para llorar!

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