De estafas y estafadores, como hijos de gato
La “sociedad justa” prometida por el régimen cubano y con la cual algunos soñaron un día se ha revelado como una sucesión infinita de estafas.
LA HABANA, Cuba. – Menos de una noche fue lo que duró sano el colchón supuestamente “original”, “nuevo de paquete”, hecho “con materiales importados” que compró mi vecina Nereida en el mercado negro.
La anciana pagó unos 200 dólares sin pensarlo demasiado porque, cuando habló vía WhatsApp con la vendedora —una joven muy “tratable”— le ofrecieron un año de garantía y le incluyeron la transportación hasta la puerta de la casa.
Aunque son tiempos de crisis e incertidumbre profundas —me ha dicho la señora en otras palabras—, cuando el cuerpo se derrumba de dolor pero, gracias a Dios, se cuenta con algún ahorro, nadie duda en pagar por el buen descanso, en un país como Cuba donde son muy escasos los “lujos” que la gente de a pie puede darse.
Pero ni siquiera logró pegar los ojos la noche del estreno. No llevaba dos horas acostada, dice, cuando alguna picazón “sospechosa” en la piel y el tufo a humedad que traspasaba las sábanas la desvelaron, porque ya había escuchado sobre estafas en que alguien había recibido como nuevo lo que era solo un bulto de hierba seca, trapos viejos y hasta tierra colorada.
“No era tanto la picazón y el olor a humedad como el temor de haber perdido tanto dinero lo que no me dejaba dormir”, se lamentaba Nereida mientras contaba, a mí y a otros vecinos que pasaban, cómo el hijo, al día siguiente, al descoser el forro del colchón, había descubierto el engaño bajo la forma de un montón de algodones sucios, cajas de cartón y sacos de harina aún con restos de su contenido original.
A estos fraudes de los colchones —que han derivado en una verdadera fiebre según se advierte en publicaciones en redes sociales— quizás le siguen en grado de recurrencia las estafas de los vendedores de esmaltes y pinturas.
Son estas dos de las más viejas en nuestro entorno, pero aún así hay quienes siguen picando el anzuelo, quizás porque es inexplicable que los bandidos operen así “a la cara” en cuanto grupo de venta existente en internet, mostrando los números de contacto y demás señas personales en un país donde no solo es pública la base de datos de la única empresa telefónica que hay, sino que para nadie es secreto que esta comparte incluso información privada con la policía.
Las denuncias señalan no a un solo individuo sino a centenares de malhechores tanto en La Habana como en las demás provincias. Unos más sofisticados que otros pero todos igual de tramposos (que no “habilidosos”). Incluso pudiera decirse que la cotidianidad del fenómeno, nuestra peculiar “abundancia” de estafadores, ha eliminado cualquier resto de “sofisticación”.
El engaño y la torpeza con que lo desarrollan nos pega en la cara. Hasta le mostramos sonrientes la otra mejilla cuando sabemos, sin duda alguna, que estamos siendo estafados.
Serían los casos en que compramos perfumes, zapatos, ropa falsos, conscientes de que lo son, pero el vendedor callejero nos insiste en que no. Y se los aceptamos torciendo la boca no por convencimiento sino porque sabemos que, aún siendo “copias chinas”, estarán un poquito mejor que los de las tiendas estatales donde la estafa ha rebasado el tope del “descaro”.
Porque lo estatal carga consigo la complicidad del gobierno que conoce muy bien dónde el Ministerio de Comercio Exterior y las empresas importadoras de otros organismos compran por nueve kilos la docena, a conciencia de que son plagios o saldo defectuoso de almacenes en liquidación, para revendernos luego en USD a precios multados hasta en 200 veces el valor real.
De modo que cada estafa con la que tropezamos en el mercado negro tiene su par, mucho más despiadado, en otra engañifa “institucionalizada” por una entidad estatal, por demás santificada con una ley o decreto emanado ya desde la mala intención o de la pésima gestión, es decir, de la indolencia del propio gobierno.
Así, por ejemplo, cuando la agencia de envíos desde Miami nos “clava”, es decir, nos cobra hasta más de un 30 por ciento por cada dólar enviado a Cuba o lo canjea en pesos cubanos (CUP) por una tasa inferior a la del mercado negro, lo hace a sabiendas de que la alternativa de acudir a las “vías oficiales” es más traumática.
No solo es casi imposible convertir en dinero físico los dólares que llegan como remesas a las tarjetas de débito, sino que aceptar la tasa de cambio de 1 USD x 23,76 CUP (ni siquiera los 24 que fueron prometidos) es peor que el más sanguinario de los asaltos. El sistema, incluso cuando operaba la Western Union, estaba diseñado para, como se dice en Cuba, “darnos la puñalada”.
Sin hablar de lo sucedido con los ahorros en “pesos convertibles” (CUC) que se evaporaron de la noche a la mañana, en medio de la pandemia, aún cuando los principales del régimen aseguraron en su momento que sería una moneda fuerte, mucho más que el dólar, que estaría respaldada en las reservas de la banca nacional y que, por tanto, se garantizaría su cambio en moneda libremente convertible.
Y sin asomo de vergüenza, el mismo banco que ha dado el sablazo a sus ingenuos ahorristas, ahora acusa de timadores a los de Trust Investing. Una clásica estafa piramidal, sin duda alguna, pero un negocio que sospechosamente operó sin obstáculo por varios años y del que aún no conocemos hasta dónde bien arriba en el poder pudieran llegar sus conexiones en la Isla. En fin, que alguien pudo haber “trabajado para el inglés”.
Golpes mortales por todos lados. Y entre el engaño del CUC, la devaluación del CUP, las tiendas en MLC y el parasitismo del PCC, muchos cubanos y cubanas terminarán su vida en la pobreza extrema y, peor aún, en la decepción.
La “sociedad justa” que les prometieron y con la cual algunos soñaron un día se les ha revelado como una sucesión infinita de estafas. Así el episodio del colchón falso que desveló toda una noche a la anciana es más que un incidente casual en su vida. Posiblemente sea para ella, como para muchos de nosotros, la fugaz condensación de cuanta maldad gravita, densa pero a la vez inasible, alrededor nuestro, seres humanos en situaciones límite, acorralados.
Mi vecina Nereida, con su colchón nuevo de sacos y cartones viejos, ha sido víctima de una de las estafas más recurrentes por estos días caóticos en que mucho delincuente echa mano a cualquier treta buscando hacer dinero rápido y fácil.
Gente desalmada, no hay duda de ello pero, sin ánimos de justificar sus acciones reprochables, gente que caza ratones como cualquier hijo de gato. Son personas que reproducen una actitud cuyo paradigma son esas medidas económicas altamente perversas, inhumanas, a las que el régimen llama “ordenamiento”, pero que la mayoría de los cubanos percibe como el gran saqueo que son, una patente de corso en medio del “sálvese quien pueda” decretado.
Porque si bien es cierto que estafadores, pícaros y ladrones (incluidos los llamados “de cuello blanco”) existen en todas las épocas y sociedades, los períodos de crisis son su mejor caldo de cultivo, y el escenario se torna mucho más propicio cuando los gobiernos, lejos de sentir compasión, revelan su faceta más bandolera.
¿De qué vale producir una vacuna propia si no hay alimentos propios ni importados en nuestras mesas? ¿De qué vale salvarnos del coronavirus si probablemente, carencia por carencia, hambre tras hambre, segundo a segundo, moriremos de cualquier otra enfermedad física o mental? ¿De qué sirve pensar en la “nueva normalidad en dólares” que se avecina si esta no nos incluye porque nuestro salario es en pesos cubanos devaluados?
No importa si en este o en aquel otro país el gobierno hizo mejor o peores cosas en medio de una emergencia sanitaria, porque lo esencial —en tanto nos afecta de manera inmediata— es lo que ha sucedido aquí, en Cuba, donde el régimen, con sus “ajustes económicos” en el peor de los momentos que pudo haber elegido para hacerlos, ha causado daños severos en las economías familiares y, en consecuencia, ha enviado el peor de los mensajes a la ciudadanía, que se siente abandonada a su “mala suerte”.
CUBANET
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