Se necesita urgente un Robin Hood moderno
El personaje de Walter Scott era un “forajido” que se alzó contra la voracidad fiscal de un sheriff despótico. En nuestros días también es imperioso condenar la barrabasada criminal de gravámenes que se superponen unos a otros, todos dirigidos a alimentar los caprichos irrefrenables de megalómanos que se apartan de los principios republicanos elementales
Primero digamos que el autor de uno de los relatos más populares es Walter Scott, nacido en Edimburgo -la tierra de Adam Smith- en 1771 y muerto en 1832. Es de gran interés estudiar las posiciones intelectuales de la época, por un lado lo que más tarde recogió el marxista polaco Georg Lukás y por otro la célebre Escuela Escocesa de la época liderada por el mencionado Smith cuyo primer libro fue sobre moral y secundado por Adam Ferguson y David Hume aunque un esqueleto conceptual preanunciado por las notables enseñanzas de Gershom Caramichael y Francis Huthchinson y también prestó atención a las influencias de Bernard de Mandeville.
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En todo caso, el escritor y poeta Scott pudo embeberse de las teorías del filósofo-economista Adam Smith, lo cual está consignado, entre otros, en el ensayo de Katherin Sutherland titulado “Ficcional Economics: Adam Smith,Walter Scott and the Nineteenth-Century Novel”.
Como es sabido, Robin Hood es una de las novelas más conocidas de Scott y trata de un fulano considerado “un forajido” que es la denominación que se le daba en la Inglaterra del siglo XIII a quienes se oponían y alzaban contra la prepotencia de la autoridad del momento. Este personaje y “su banda de ladrones” considerados así pues le sustraían dinero a los inmisericordes y abusadores que recaudaban asfixiantes impuestos a los habitantes por lo que se convirtió en un símbolo de libertad. Este experto arquero primero estuvo al servicio de Ricardo Corazón de León y al morir el rey se instala en Nottingham y se percata que era un pueblo destrozado por la voracidad fiscal dirigida por un sheriff despótico. Robin Hood se entrega con sus amigos a la lucha contra el espíritu totalitario y se convierte en un héroe para no solo los habitantes de esa ciudad sino a los ojos de muchas otras personas lo cual quedó grabado en la historia inglesa como un símbolo de respeto a los contribuyentes.
Recordemos que la extraordinaria Revolución Norteamericana comenzó con la sublevación por parte de colonos a los impuestos al té establecidos por Jorge III. Recordemos también que Juan Bautista Alberdi -el padre de nuestra Constitución- escribió en Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853 que “Después de ser máquinas del fisco español, hemos pasado a serlo del fisco nacional: he aquí toda la diferencia. Después de ser colonos de España, lo hemos sido de nuestros gobiernos patrios: siempre estados fiscales, siempre máquinas serviles de rentas.” Entonces se necesitan muchos Robin Hood simbólicos en el sentido de explicar y condenar la barrabasada criminal de gravámenes que se superponen unos a otros, todos dirigidos a alimentar los caprichos irrefrenables de megalómanos que se aparten de principios republicanos elementales. Estas explicaciones y condenas hechas con la necesaria contundencia harán que la politiquería sea sustituida por políticos que cumplan su misión de proteger y garantizar derechos de los gobernados y no conculcarlos como lamentablemente viene ocurriendo de un largo tiempo a esta parte.
Alberdi en la misma obra mencionada consignó que “La contribución indirecta […] es la más libre y voluntaria porque cada uno es dueño de pagarla o no, según que quiera o no consumir el producto en cuyo precio la paga […] Es impersonal por tanto más justa y menos vejatoria, gravita sobre el producto sin atender a la persona de quien es. Es más cómoda porque no exige las molestias […] pesquisas de libros y papeles que requiere la contribución directa […] por las violencias odiosas que trae consigo” y en conclusión “debe preferir el uso de las contribuciones indirectas todo país que se halle en el caso de brindar las autoridades de su nuevo régimen de libertad y progreso.”
En otros términos según el consejo alberdiano debieran abrogarse prácticamente todos los impuestos hoy vigentes por ser contrarios a la libertad y el progreso. En esa situación los llamados expertos fiscales podrían dedicarse a actividades útiles y abandonar su faena de traductores de galimantías y embrollos fiscales a sufridos contribuyentes que no entienden semejantes palurdos impositivos.
Una de las recomendaciones de Alberdi ha sido dejar de lado la progresividad y solo recurrir a la proporcionalidad, incluso si se adoptara un impuesto directo debiera ser “por tiempo determinado y proporcionalmente” y aplicado como facultad provincial. Como se ve nada de ello ocurre. El impuesto directo afecta directamente a la inversión con lo que extiende la pobreza.
En un plano más general, en el libro de Charles Adams titulado For Good and Evil the Impact of Taxes on the Course of Civilization se muestran muchas de las experiencias de los atropellos gubernamentales en materia tributaria en muy diversos lugares del globo desde la conocida inscripción de la Piedra Rosetta doscientos años antes de Cristo en Egipto por la revuelta fiscal ante Ptolomeo V. Se consigna en concordancia con el decimonónico Frederic Bastiat el significado del robo legal que es más dañino que el ilegal puesto que aquel cuenta con el apoyo de la fuerza.
Desde luego que todo este grave problema se resuelve si se comprende el fundamento de la sociedad libre cuyo centro remite a los sacrosantos derechos del individuo anteriores y superiores a la constitución de un gobierno. Tal como explica quien fue el tan aclamado profesor de Harvard Robert Nozick “no hay tal cosa como una entidad social que se traduce en sacrificios para su bien. Hay solo individuos, diferentes individuos con sus vidas individuales. Usar una de estas personas para el beneficio de otras se limita a eso: usar a unos para beneficio de otros. Nada más que eso […] Lo que sucede es que se daña a unos para beneficio de otros. Hablar de un bien social es una fachada para usar a otros.”
Antes hemos detallado los efectos perniciosos de la progresividad que ahora resumimos en cuatro capítulos básicos. Se hace tedioso tener que repetir pero el afán confiscatorio no solo no cesa sino que se hace más voraz.
Primero, es regresivo puesto que afecta de modo especialmente contundente a los más necesitados en sus salarios en términos reales puesto que los contribuyentes de jure se ven obligados a contraer sus inversiones lo cual contrae salarios. Segundo, altera las posiciones patrimoniales relativas ya que la tasa o alícuota aumenta a medida que aumenta el objeto imponible lo cual contradice la distribución de ingresos que previamente cada cual realizó en el supermercado y afines que naturalmente remite a una mala asignación de recursos que nuevamente incide negativamente sobre los salarios. Tercero, bloquea la movilidad social puesto que castiga progresivamente a los que vienen escalando desde la base patrimonial hasta agotar energías al tiempo que les cubre las espaldas a los que se encuentran en el vértice de la referida pirámide aunque ésta modifique su contorno. Y cuarto, se dice que debe buscarse la mayor eficiencia y sin embargo este impuesto la penaliza.
En resumen, la tradición liberal pone de manifiesto la imperiosa necesidad en esta instancia del proceso de evolución cultural de concebir al monopolio de la fuerza que denominamos gobierno como una institución al servicio de la gente y no para manipularla sino para respetarla y hacerla respetar en sus vidas, libertades y propiedades. La versión de los Robin Hood modernos debe fortalecerse a los efectos de impugnar atropellos en base a argumentaciones compatibles con la vida civilizada.
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