Mis funestos recuerdos del triunfo de la Revolución
"Nada tengo que agradecerle a este régimen que, a mis 75 años, solamente me ha dado amarguras y sinsabores"
LA HABANA, Cuba.- Aún permanecen en mi mente amargos recuerdos, renuentes a borrarse, de aquellos primeros días de enero de 1959 y de los meses siguientes.
Un suceso que contemplé el mismo 1.º de enero de 1959 me anticipó la magnitud de los horrores que acaecerían posteriormente. Venía con mi madre de Pinar del Río, en el auto de un familiar. Al llegar al puente de La Lisa, los revolucionarios paraban los vehículos para pintarles un 26. Hubo un chofer que se negó, lo bajaron a la fuerza e incendiaron el carro, el cual quedó carbonizado. Esa arbitraria salvajada aún permanece en mi memoria.
Mi padre, que era policía desde 1933, fue despojado de uniforme, insignia y arma, y quedó detenido durante 28 días en la 7ma Estación de Policía, a la cual pertenecía, sin acusación o causa alguna. Observó allí cómo llegaban personas para inculpar a cualquier agente de alguna violación y eran encarcelados sin pruebas. Pero en el caso de mi padre, los habitantes del barrio que venían decían: “Ese es buena gente”. Aun así, se mantuvo bajo custodia los 28 días. Durante ese tiempo se le impuso como tarea entrenar a los que, sin preparación militar, ocuparon la unidad policial.
Al término de esa retención fue liberado, pero despedido sin opción de trabajo alguna, en espera de su jubilación, por lo cual quedamos en la casa sin economía para mantenernos. Esta situación duró varios meses, durante los que mi padre tuvo que realizar pequeños trabajos de carpintería para lograr a duras penas la subsistencia familiar, y mi madre tuvo que buscarse un trabajo.
Un tío, que era práctico de farmacia en el hospital de la policía, y un primo que trabajaba en el laboratorio, fueron despedidos de sus cargos. Mi primo se fue a vivir con su familia a Arroyo de Mantua en Pinar del Río. Allí retomó su profesión en el policlínico del lugar. La directora del centro, por celos y despecho, lo acusó de violar los códigos éticos de los análisis. Esto le valió cumplir ocho años de prisión. Al salir de la cárcel se marchó hacia los Estados Unidos, donde murió hace poco.
En 1959 yo cursaba el sexto grado en una modesta escuela privada llamada Colegio Alpízar. Para poder pagar mis estudios, mamá aceptó laborar como guía en el ómnibus del colegio a cambio del pago por mis clases, que costaban 30 pesos al mes.
Al intervenir el Estado el colegio, mi madre buscó otra ocupación: vender café de forma ambulante por la ciudad. Tenía que llevar a la cintura tres termos calientes, y eso le provocó quemaduras internas en el vientre, por lo que tuvieron que operarla.
Meses después se presentó en mi domicilio en el Cerro, el esposo de una prima de mi padre, quien le ofreció trabajar en el entonces Ministerio de Obras Públicas, donde él era arquitecto, y nos pidió además que pasáramos a cuidar su vivienda en El Vedado, pues su cónyuge había fallecido recientemente.
El apartamento se hallaba a 100 metros de la residencia de Fidel Castro y Celia Sánchez, y como mi padre no era considerado “persona confiable” por haber sido policía, nos obligaron a mudarnos a una casa más pequeña que nos dieron, en la que aún hoy habito.
Después de trabajar casi cuatro años como carpintero en la reparación de parques infantiles, a mi padre le llegó el esperado retiro, pero con la condición de que debía renunciar al trabajo. La pensión que recibió fue menor a la que le correspondía: 98 pesos, una cantidad insuficiente, aun para aquella época.
Mi progenitora comenzó a trabajar en Ciudad Universitaria José Antonio Echevarría (CUJAE) y después en el Hotel Habana Libre (antiguo Hilton), donde al final, por enfermedad, obtuvo su retiro con 63 pesos, al cabo de casi 20 años de labor.
Me he referido solo al caso de mi familia. Pudiera hablar también de los fusilamientos, los miles de presos políticos, el cierre de las iglesias, la UMAP, el servicio militar obligatorio, los negocios confiscados, la ley contra la vagancia, la ley de peligrosidad, etc. La lista sería interminable.
No guardo en mi memoria ningún testimonio positivo de estos 64 años transcurridos desde el 1.º de enero de 1959. Las cosas que he obtenido las gané con mi propio esfuerzo y dedicación. Nada tengo que agradecerle a este régimen que, a mis 75 años, solamente me ha dado amarguras y sinsabores.
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