domingo, 5 de marzo de 2023

Los pactos de Stalin con el diablo

 

Los pactos de Stalin con el diablo

Frente a la política expansionista de Hitler por la Europa de los años treinta, Gran Bretaña y Francia habían intentado negociar con Stalin

Los pactos de Stalin con el diablo
Los comunistas internos de estos países abogaron por desertar de sus respectivos ejércitos y no oponerse al avance nazi para acabar con las degeneradas democracias occidentales. (Archivo)

La URSS era, justo antes de la conflagración mundial, la novia más deseada de los políticos del momento… y se dejó querer. Frente a la política expansionista de Hitler por la Europa de los años treinta, Gran Bretaña y Francia habían intentado negociar con Stalin desde el año 1938 una política de alianzas y de mutua seguridad.

La firma de los acuerdos de Munich en septiembre de 1938 vino a trastocar este escenario. Se selló una política de apaciguamiento de las democracias occidentales con Hitler, el cualhizo pasar hábilmente su neopangermanismo por un ropaje anticomunista. Esto pilló a los soviéticos con el paso cambiado, ante la desagradable perspectiva de enfrentarse en solitario a la voracidad nazi. Stalin inició, en consecuencia, una nueva y rápida orientación diplomática. Sustituyó a su ministro de Exteriores, Maxim Litvinov, judío y partidario de la seguridad colectiva, por Molotov, quien entabló de forma inmediata negociaciones con Ribbentrop, su homólogo en el III Reich. Fueron finalmente los nazis los que suscribieron las codiciadas alianzas con Moscú al ofrecerle mucho más que las timoratas democracias.

El primer pacto nazi-soviético de 23 de agosto de 1939 era un acuerdo por el que formalmente se comprometían a consultarse y abstenerse de cualquier agresión mutua. En el Protocolo anexo secreto (el verdaderamente jugoso) se establecía la hegemonía de la URSS sobre los Estados Bálticos (Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania) y se acordaba una posible supresión del Estado polaco si los acontecimientos futuros así lo aconsejaban. También se reservaba la parte norte de Lituania a Alemania y el derecho de la URSS a hincar el diente a la Besarabia rumana. Estos acuerdos fueron el inicio de una intensa alianza estratégica entre ambos regímenes totalitarios que duraría veintidós meses y no un escueto pacto de no-agresión como nos quiere hacer creer la historiografía clásica.

La consecuencia inmediata de este pacto y su protocolo secreto fue la invasión conjunta en septiembre de 1939 de Polonia por parte de Alemania y la URSS. Los nazis la invadieron el 1 de septiembre de 1939 y las tropas soviéticas entraron en suelo polaco sólo unos días más tarde, el 17 de septiembre (estableciéndose la mutua frontera en el río Bug). A Alemania se le declaró la guerra por parte de Gran Bretaña y de Francia el 3 de septiembre de 1939 y a la URSS, más adelante, tan sólo se la expulsó de la Sociedad de Naciones a finales de 1939.

El 16 de septiembre de 1939, justo un día antes de entrar las tropas de Stalin en Polonia, se firmó un armisticio del conflicto abierto por los territorios fronterizos entre la Manchuria japonesa y la URSS que le permitió a esta última embarcarse en la conquista compartida nazi-soviética de Polonia (y las posteriores de los países bálticos) sin peligro de que se le abriera un flanco por la retaguardia.

El segundo pacto de amistad nazi-soviético de 28 de septiembre de 1939 levantaba acta de defunción del Estado polaco y se manifestaban muy buenos propósitos de paz futura para la región, pero enmendaba el pacto del mes anterior en otros tres protocolos secretos y criminales. En consecuencia, la Unión soviética llevó a cabo la ocupación de Ucrania y Bielorrusia occidentales (2 nov. 1939) e inició el ataque armado contra Finlandia (30 nov. 1939).

El 11 de febrero de 1940 se firmó también un amplio acuerdo comercial (que volvería a repetirse el 10 de enero de 1941) para reforzar sus lazos de amistad y cooperación entre ambos regímenes liberticidas que estaban encantados de haberse conocido. Gracias al suministro ingente de petróleo, alimentos y materias primas vendidos por los soviéticos al poder nazi (a cambio de maquinaria y armas) hizo posible que la Blitzkrieg nazi hacia el oeste se llevara a cabo de manera fulminante mediante la invasión de Dinamarca, Noruega, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y Francia (de abril a junio de 1940). Los comunistas internos de estos países abogaron por desertar de sus respectivos ejércitos y no oponerse al avance nazi para acabar con las degeneradas democracias occidentales (eso unía mucho).

Luego la URSS quiso puntual y simétricamente cobrarse: vino la ocupación pura y dura de Estonia, Letonia, Lituania (que se convirtieron finalmente en repúblicas socialistas y soviéticas) y la apropiación rusa de la Besarabia y la Bukovina (todo ello en junio de 1940).

El 27 de septiembre de 1940 Alemania, Italia y Japón firmaron el pacto Tripartito frente a una posible intervención de los EEUU en la guerra. La Unión Soviética, ante los jugosos réditos que estaba sacando a los pactos con los nazis, quiso no perderse esta nueva colusión mafiosa de reparto del mundo a escala ya planetaria y tanteó su entrada en el mismo. Molotov acudió con esa intención en noviembre a Berlín, si bien su oferta fue rechazada. En junio de 1941, Hitler iba a ordenar su particular Wehrmacht sobre suelo ruso. Pero para entonces el astuto Stalin ya había firmado un pacto de no-agresión con Japón.

En efecto, el 13 de abril de 1941 se había rubricado un pacto de neutralidad entre la Unión soviética y Japón que abortaba la posibilidad de hacer una pinza a la URSS cuando dos meses más tarde, se ordenó la invasión nazi de la Unión soviética, y que hubiese sido una pesadilla para Stalin y sus generales. Japón, para alivio de los soviéticos, resultó ser un estricto cumplidor de dicho pacto de no-agresión durante toda la contienda mundial.

Tras la derrota alemana y finalizada la Conferencia de Potsdam, entre sendos lanzamientos de bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, la Unión soviética declaró finalmente la guerra a Japón el 8 de agosto de 1945. Stalin, sin apenas bajas en ese frente oriental, sacó aún tajada de la victoria aliada a costa de las posesiones niponas (la Mongolia exterior, el sur de la isla Sajalin y las islas Kuriles). Fue otra extensión más del dominio soviético por el mundo. Lo que no pudo conseguir Stalin en su intento de adhesión al pacto Tripartito de las potencias del Eje, lo consiguió sobradamente de los (otros) Aliados.

Al final, menos mal que la URSS «salvó» a Europa del fascismo. Si no llega a ser por las (verdaderas) tropas Aliadas, el ejército liberador soviético hubiera llegado hasta el Atlántico y nos hubiera, de paso, salvado también del capitalismo y de sus burguesas libertades.

*Este artículo fue originalmente publicado en Juandemariana.org


Francisco Moreno

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