Finlandia no quiere ser una nueva Ucrania
La incorporación de un nuevo miembro a la OTAN pone de manifiesto las inconsecuencias políticas de la dictadura de Putin
LA HABANA, Cuba. — Existe en el mundo una posición a la que muchos suelen referirse con esa expresión eufemística ideada por el pueblo de Cuba para calificar las cosas del castrismo: “No es fácil”. Y ese cargo es el de portavoz de alguno de los regímenes dictatoriales que, para desgracia de los pueblos que los padecen, aún subsisten.
En Cuba, por ejemplo, tenemos al señor Humberto López, que ahora mismo ha sido el escogido para que ponga la cara y comente una noticia reciente. Y lo ha hecho de un modo que quizás no merezca el calificativo de “falso”, pero que es, sin dudas, inexacto, sesgado y tendencioso: Me refiero al enfoque triunfalista que el castrismo maruga ha querido darle al resultado del pleito sostenido en Londres contra un acreedor que exige ser pagado.
Pero no es ese el tema que deseo abordar en este trabajo. A quien tengo en mente es a otro de los cotorrones que, a una escala ya mundial, ha adquirido una notoriedad nada deseable como vocero de uno de los regímenes más repudiados en los tiempos actuales. Me refiero a Dmitri Peskov, quien representa a una dictadura que siempre fue asesina —recordemos a los numerosos opositores que eliminó o intentó hacerlo mediante el veneno—, pero que ahora, tras la salvaje invasión a Ucrania, es también genocida.
Las últimas declaraciones del señor Peskov se centraron en el reciente ingreso de Finlandia en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Se trata de un importante suceso que, tras la aprobación de la adhesión del país nórdico por todos los parlamentos de los Estados integrantes del bloque (incluyendo los de Hungría y Turquía, que eran los más renuentes a hacerlo), se consumó el pasado martes.
Como se recordará, al producirse la agresión rusa contra Ucrania, expresaron su interés por adherirse a la OTAN dos países que durante decenios se habían atenido a una política de estricta neutralidad. Uno fue Suecia, la cual, incluso, logró evitar su participación en la Segunda Guerra Mundial; el otro fue la misma Finlandia, que desde 1946 aplicó la Doctrina Paasikivi-Kekkonen, llamada así por los nombres de dos presidentes sucesivos que ejercieron el poder entre dicho año y 1982.
Ese fue el fruto —para él tan amargo— recogido por el dictador Vladímir Putin como resultado directo de su zarpazo salvaje contra Ucrania. Viene al caso reproducir aquí lo declarado al respecto por Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, cuando afirmó que el actual inquilino del Kremlin ordenó invadir a Ucrania “con el claro objetivo de tener menos OTAN. Pero recibirá a cambio exactamente lo opuesto”.
Al anunciarse las intenciones de ambos países nórdicos, el dictador ruso declaró en la capital turkmena, donde se encontraba de visita: “No hay nada que nos pueda preocupar desde el punto de vista de la membresía de Finlandia y Suecia en la OTAN; es algo muy distinto a que ingresara Ucrania”. “Si los países escandinavos quieren adherirse, adelante”.
Ahora resulta evidente que, al hacer esas manifestaciones, el dictador de Rusia estaba, como reza el refrán, tratando de presentar “al mal tiempo buena cara”. Esto queda claro en vista de las actuales declaraciones de Peskov, quien afirmó que el ingreso finés a la OTAN “obliga a tomar contramedidas para garantizar nuestra seguridad”.
El portavoz alegó que la respuesta de su país dependerá de la forma en que el bloque occidental utilice el territorio de su nuevo miembro. De hecho, el vocero desmintió tácitamente a su jefe, pues afirmó que la ampliación de la OTAN atenta contra la seguridad y los intereses de Rusia. Para contrarrestar el supuesto peligro, alegó que Rusia adoptará las medidas “que considere necesarias”.
En su perorata, el cotorrón rusoparlante no vaciló en negar la historia: “Finlandia nunca ha sido anti-Rusia”, afirmó. Peskov olvidó la agresión que el entonces dictador Stalin, al amparo de las cláusulas secretas del “Pacto Molotov-Ribbentrop”, desató contra su vecina noroccidental, y la admirable resistencia de esta. Tampoco recordó la alianza que Finlandia, para desquitarse, estableció con la Alemania nazi, o su participación en la invasión hitleriana contra la Unión Soviética.
Es verdad que al término de la Segunda Guerra Mundial, y tras la proclamación de la aludida “Doctrina Paasikivi-Kekkonen”, ese país nórdico se atuvo durante decenios a una política de neutralidad y coexistencia pacífica con su gran vecina. Pero el dictador Putin, con su agresión a Ucrania, hizo comprender a los finlandeses que también ellos, con cualquier pretexto, podían convertirse en objeto futuro de otra invasión rusa. Para conjurar esa posibilidad fue que decidieron ingresar a la OTAN.
Ahora en Moscú hablan de un “modo simétrico” para responder a cualquier “evento desestabilizador”. Pero ya se sabe que el éter, como el papel, lo aguanta todo. Podrá haber ese propósito, pero los anuncios de hipotéticos despliegues militares futuros cerca de la frontera con Finlandia se convertirán en agua y sal ante la garantía que representa el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte. Hablamos del precepto que convierte una agresión contra uno cualquiera de los países miembros en otra efectuada contra la totalidad de ellos (incluidos los Estados Unidos).
Esta contundente realidad convierte las declaraciones desafiantes que se profieren en el Kremlin moscovita en un blablablá intrascendente y vacuo.
CUBANET
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