EL TRIUNFO DE LA POESÍA
José Boada Alvins
Y |
el milagro se hizo. Mientras
en todas partes se habla de la destrucción, de sangre derramada, de tenebrosos
artilugios que sintetizan y dirigen contra el mismo hombre las más avanzadas
conquistas materiales de la ciencia. Mientras se sabe y se dice de la amenaza
de derrumbe, de la crisis del espíritu, esos magníficos sedimentos de
residencia que siempre se albergan en los más hondos y misteriosos resquicios
de la vitalidad humana de pronto han emergido, se han deslizado hacia la
corteza de nuestra expresión universal, y se han traducido en la otorgación del
Premio Nobel de Literatura a Juan Ramón Jiménez, el poeta por excelencia, el
poeta-poeta de este siglo. Parece una paradoja, es cierto. Parece un producto
de extremadas inferencias utópicas que, dentro de esta ardiente circunferencia
de congestionadas turbideces, de angustiosas confusiones, de desorientaciones,
que rodea y confina al hombre en su pequeña zona de triunfos técnicos y
mecánicos, las agencias cablegráficas hayan transmitido, con vasto despliegue
de recursos explicativos, la noticia acerca del dispensamiento de este galardón
de proyecciones mundiales a un escritor de la talla, del valor emocional de
Juan Ramón Jiménez. Empero, afortunadamente, con júbilo de cosa hallada, es
verdad. Y acaso más que nunca se puede hoy agradecer al inventor de la
dinamita, a sus sucesores y a los integrantes del jurado al que corresponde
conferir el encumbrado premio, por la adjudicación del mismo al humanísimo
poeta español
Aún recordamos, hechizados por la emoción, las primeras
páginas de Juan Ramón Jiménez, que leímos cuando, con deslumbramiento de
navegante neófito, la arcanidad poética impulsábanos por entre los brumosos y
alucinantes boscajes de la lírica inquietud. Habíamos oído, en el umbral de
nuestra mocedad, hablar del ilustre bardo de Huelva. Y se nos aparecía
entonces, dentro de esa tumultuosa urdimbre de percepciones y tendencias que
constituye la fase orgánica de nuestros primeros años juveniles, como el
superlativo mentor de hervores poéticos durante las últimas décadas, ubicado en
la misma categoría de Walt Whitman, Vladimir Maiakovskij, y Rafael Alberti,
Pablo Neruda, César Vallejo, Federico García Lorca. Para nosotros, entre las
palpitantes nebulosidades que nos circundaban, el nombre y la obra de Juan
Ramón Jiménez simbolizaba el más alto desiderátum, el más subyugante clamor surgido en las
frondas del entusiasmo lírico. Porque Juan Ramón Jiménez, solitario,
impenitente, aislado como un habitante de faro, aunque dentro de su soledad
también el más ferviente intérprete de la presencia humana, extraño en esos
livianos caudales melancólicos a través de los cuales se vierte su inspiración,
una de las más hondas y emotivas experiencias poéticas en lo que va de este
siglo.
Pero, aún soslayando su nutridísima producción en versos,
en la cual se revela con toda su intensidad luminosa la fina sensibilidad del
artista, bastaría acaso con habernos regalado esa dulce fuente de primores
líricos, ese perenne remanso de siempre prístinas emociones, que es su delicado
“Platero y Yo”, para que infinitamente tuviéramos que recordar a Juan Ramón
Jiménez como un elevadísimo exégeta y realizador de la belleza. Por otra parte,
aún marginando la elevada calidad de su obra poética, no podríamos menos que
tener una expresión de homenaje para quien, sustrayéndose, aunque en parte, de
esos copiosos contenidos disolventes derramados por los acaeceres históricos
durante todos estos decenios, haya podido continuar alimentando, cada vez con
más fervor, su devoto culto a la poesía, al ejercicio estético que más genuinos
atributos ofrece como manifestación de viva y latente esencia humana.
Desde que Alfredo Bernardo Nobel
en su testamento del 27 de noviembre de 1895 determinó la creación de los
famosos premios, en cuanto se relaciona con la literatura aquéllos han sido
concedidos a prestigiosas figuras de las letras universales. Federico Mistral,
José Echegaray, Henrik Sienkiewicz, Rudyard Kipling, Selma Lagerlof, Maurice
Maeterlinck, Rabindranath Tagore, Romain Rolland, Knut Hamsum, Anatole France,
Jacinto Benavente, George Bernard Shaw, Sinclair Lewis, John Galsworthy, Luigi
Pirandello, Eugene O’ Neill, Gabriela Mistral, André Gide, William Faulkner y
Ernest Hemingway, entre la totalidad, constituyen muchos de los autores famosos
que han sido favorecidos con ese galardón de características y proyecciones
mundiales, pero sinceramente dudamos de que su otorgación haya tenido
resonancias emotivas tan destacadas como en esta oportunidad en que le ha
tocado a Juan Ramón Jiménez. Y es que, como apuntamos con anterioridad,
ciertamente reconforta el espíritu saber que, en mitad de las circunstancias de
turbulencia, de confusión y de continuas vicisitudes, que vive el mundo en la actualidad, se haya
decidido conferir este año el Premio Nobel de Literatura a un poeta y, sobre
todo, a un poeta de la categoría humana del señero escritor andaluz.
(El
Heraldo, 29-10-56, p. 2).
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