EL PREMIO NOBEL
Y JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
H.R.
Marín Fonseca
C
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uánto tiempo diciéndonos todos los años: “Ahora si le va a tocar a Juan
su turno” y siempre se quedaba sin él el magnífico autor de “Platero y Yo”; y es que éste lo tenía bien
ganado desde hace muchos años; porque Juan Ramón Jiménez se hizo tan famoso y
de tal fama universal como el galardón mismo. Desde ese maravilloso libro lo
era ya, sin discusión, merecedor.
Sin embargo cuantas
veces pasó por su lado el codiciado premio, rebuscando nombres y muchas veces
como si no los encontrara lo suficientemente merecedores, pasaba y pasaba como
si no encontrase “la cumbre”, mientras un hombre pasaba su vida coronando su
obra, este hombre es Juan Ramón Jiménez a quien se le ha otorgado este año el
premio con justa elección.
Juan
Ramón fue siempre como un ruiseñor oculto, muchos de sus amigos preguntaban por
él o iban en su busca pero casi nunca lograban verlo.
En aquel entonces, su
misma esposa no le veía muchas veces porque el ruiseñor se encerraba en su
estudio a “escribir y a callar” como un sacerdote o “monje tibetano”, con ese
mismo poder de adivinación que les es otorgado a esos espíritus selectos y más
aún en esas clausuras. Siempre rehusó exhibirse por redacciones de revistas y
periódicos, tertulias literarias, teatrillos, etc.
Se ha dicho que Juan
Ramón es tan romántico como Bécquer, en muchos de sus versos así se nos
presenta:
“A mí no me quiere nadie.
Y como nadie me quiere,
quizá algún día me mate”.
En
otros como contemplando una pareja de enamorados en el parque desde la ventana
de su habitación dice:
“Oh, esos novios que se besan
en el jardín, tras los árboles...
Hay algo de adolescencia
en estos versos, pero ya lo dijo una vez Ortega y Gasset que la poesía es
adolescencia fermentada.
Esta
es una adolescencia “juanramoniana”, de ahí los cuidados de María de Martínez
Sierra y Gregorio Martínez Sierra hacia Juan Ramón, quien escribió para María
los siguientes versos:
“Mira,
la luna es de plata
sobre los geranios rosas;
mira, María, la luna
es de plata melancólica”.
En
Juan Ramón nunca el verso fue alambicado ni mucho menos “retorcido”. Nunca se
empeñó en ese demostrar talento aún cuando siempre estuviera frente a la vida
que constantemente vivía interrogándole como si quisiera con él saciar su
despiadada ignorancia. Siempre fue como un niño perdido entre lo humano, entre
los hombres que a manera de sorda muchedumbre lo hiere y trata de pisotearlo.
Pero él está allí firme ante la estulticia, de frente a la suficiencia..:
“¿Qué es mi voz ante la vuestra
decorada levita?
¿Vale, acaso, la pena una pura
sonata,
de achicar las orejas; o una
estrella marchita
que volara, qué es para vuestra
corbata?
Y tú. Ruiseñor mío, endulza
tu tristeza,
enciérrate en tu selva, florécete
y olvida...
Sé igual que un muerto, y dile
llorando a la belleza,
que has sido como un huérfano
en medio de la vida”.
¿Por qué canta así? Él
es un hombre, que asimismo lo que puede decirse que es todo poeta como él. Y en
todo aquel que sienta desbordarse el amor en su pecho. Del corazón que siente,
que necesita repartir su riqueza, su inmenso tesoro, el único que tiene y la
que puede borrar y vestir al mundo de su indigencia, sólo eso la palabra del
poeta!:
“Oh qué mano pudiera
{desbaratar
lo hecho,
clavar en cada espina una hoja
de rosa,
poner la tarde en orden y
convertir el pecho
en una estrella grande, serena
y luminosa.”.
Pero él lo ha resistido
todo. Calladamente ha sobrevivido a la inclemencia, sorteando los alfiletazos y
peligros de caer por la tierra amada de que está saturada armónicamente su
poesía. Desterrada de la suya propia bien pudiera ser “ciudadano del mundo” en
todos los pueblos de habla hispana.
Hoy vive, y sin
apartarse del lado de su esposa enferma el egregio poeta es más que un pastor:
“Pastor, toca un aire viejo
y quejumbroso en tu flauta;
llora en estos grandes valles
de languidez y nostalgia”.
Cómo habrá recibido Juan
Ramón el Galardón? El Gran Premio Nobel de Literatura que desde hace tanto
tiempo le correspondía; el que todos los años pasaba por su lado como las
horas, como las nubes, como los pájaros, y como si tuviera miedo de acercársele
y posarse en él.
Maracaibo,
octubre de 1956.
(Panorama, 29-10-56, p. 2).
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