Elegía epistolar
CARTA A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
CON
UNA POST-DATA PARA PLATERO
J |
uan Ramón: A veces tomo cualquier río
que pasa y me llego y me llego lentamente hasta el mar. A veces, son las
palabras las que se quedan sujetas en el viento y me llego entonces al pie del
pino grande y redondo del huerto de la Piña, donde tú enterraste a Platero,
allí donde el atolondrado y dulce borriquillo, -gloria y corazón de tu poesía-,
perenne y atento bajo el techo de música que tienden los jilgueros y los verderones
entre la tierra y el azul marinero de Moguer, estará escuchando ahora como tú
predijiste, los versos que le lleve tu gran soledad de siempre.
De estos viajes
no traigo mas presente que una triste y desolada canción de amor. Tristeza que
sube hasta tu alta soledad de ahora y me llena los ojos y las manos de un
llanto iluminado, desoído y mortal.
Un árbol, Juan Ramón.
Un árbol para asirse. Aún así como aquella acacia que tú mismo plantaste,
aquella con su abundante y franca hoja pasada de sol poniente, la que maduraba
y pintaba de claras mañanas tu poesía de ayer. Hoy tu corazón de peregrino
vuelve como en esa, -frente al árbol gigante de tu dolida soledad de ahora-, a
sentirse mal, a tener frío, a quererse marchar nuevamente, desangrado y
maltrecho, para seguir buscando por el mundo la paz que un hombre a quien cubre
un manto de mágica tristeza ofreció un día a los mortales de buena voluntad.
Hoy, poeta, Aguedilla,
-la pobre loca de la calle del Sol-, te mandará más moras y claveles para
quedarse en tu dolor. Hoy cuando Zenobia agita en su muerte la muerte de mil
Plateros iluminados. Hoy cuando ese aire pescador de tu distante cielo de
Moguer no puede contener el llanto que baja de tus ojos; hoy, Juan Ramón, el
tierno rebuzno lastimero de tu borriquillo amable, parece como si se escuchara
con su acento más puro, aquí donde todos, poseídos de tu inmenso dolor humano,
hemos venido a llorar.
Juan Ramón: Zenobia y Platero ven tu
soledad como entonces. Pero ahora más que nunca te acompañan con su muerte.
Ahora más que nunca vigilan con su sueño la vida y el afecto que les dio tu
corazón. Ella, destrenza entre la noche su larga despedida. Él, cubierto de
almoraduj, como cuando bajaba contigo de los montes, fijo en los ojos y en las
orejas ese frío que da la Eternidad, ramonea al pie del Pino de la Corona, casi
alerta, en esa ciudad de amor y gloria donde tú también quieres morir.
Félix
Guzmán
Post-data: Platero, mi
novia tiene tu corazón, yo tengo el llanto.
(Cultura Universitaria,
noviembre-diciembre de 1956, pp. 59-60).
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