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Sergio Massa

La mentira es tan generosa que la pueden compartir Nicolás Maduro y Pedro Sánchez. ¡Con sus matices, hombre! Faltaría menos.

La mentira puede llamarse, por ejemplo, Sergio Massa. Nadie llega tan arriba en el peronismo kirchnerista sin repartir mentiras por el camino. Es como el poder omnímodo de ese poder universal que se llama FIFA. En las alturas, en la cima, no hay inocentes.

El mentiroso parte del supuesto, para decirlo con crudeza, de que su oyente es tonto. El mentiroso político está seguro de que la mitad de quienes lo escuchan son tontos. Con ese porcentaje no hay elección que se les resista. Joaquín Morales Solá, certero y experimentado columnista de La Nación de Buenos Aires, dice que Massa es un profesional de las zancadillas.

Morales Solá pone las cosas al revés de lo que un observador común advierte. Para él, lo sorprendente es  cómo a alguien se le ocurriría votar por  Massa, no por el «loco» Javier Milei.  Si hubiera ocurrido el domingo 19 de noviembre lo que no ocurrió, es decir, el triunfo del candidato peronista, para este analista de La Nación habría que estar haciéndose ahora preguntas más profundas: «no solo sobre la política, sino también sobre las condiciones de una sociedad muy particular».

Si hay tantos tontos como Massa supuso -con su peinado correcto, con la voz serena de quien no pasa apuros en la vida, con la promesa de gobernar distinto al gobierno en el que gobierna- entonces lo que pasó en Argentina fue la rebelión de los tontos.

Escribe  Morales Solá que no puede haber nada peor para los argentinos de a pie que la realidad de todos los días. Pero esa no es la realidad de Massa, que fue dejando jirones del alma en su ascenso al poder. Por eso no hay énfasis en sus palabras, ni sentimiento en su voz, ni un gesto fuera de lugar.

Los argentinos le dieron un revolcón. El político aficionado venció al zamarro. Massa, de tanto curtirse, se desfiguró. ¿Recuerda esa elección a la del 98 en Venezuela? Nunca nada es igual, ni totalmente distinto. En la ecuación argentina, los militares están en los cuarteles. Una diferencia, ¿no?

Argentina celebra 40 años del retorno de la democracia. Parece exhausta como lucía la nuestra en 1998. Ahora se profetiza una caída al vacío con la llegada de Javier Milei a la Casa Rosada. ¿Se podrá caer más abajo del infierno?

La mentira es generosa. Se deja llevar. Pero se desgasta si se exprime “massivamente”. La  anciana mentira izquierdosa, revestida de progresista, es hueca por dentro. Se proclama amplia y diversa en preferencias sexuales y es manifiestamente discriminadora de las opiniones políticas. Todo a su derecha es horror. Polarizar es su práctica. Ahora cosecha lo sembrado.