lunes, 27 de noviembre de 2023

Trabajo en una petrolera

 

Trabajo en una petrolera, por Marcial Fonseca

La soberanía petrolera en el debate electoral
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X: @marcialfonseca

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Cuando le hablaron de un aviso de una empresa petrolera en El Impulso para trabajar en la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, se dijo a sí mismo que esa era su oportunidad para salir de Duaca. Fue a comprar el periódico para conocer todos los detalles. Se alegró, los requisitos eran ser mayor de edad y tener primaria completa aprobada; era casi seguro que lograría ingresar; él, una vez que terminó su sexto grado se inscribió en el liceo nocturno y tuvo la osadía de llegar hasta segundo año.

Con sus diecinueve años se preparó para conseguir y llenar la planilla. Su progenitor le pidió a su compadre que los llevara a Barquisimeto, por supuesto, la molestia le sería pagada. Una vecina que estaba pendiente de la conversación de los compadres se ofreció a ir con ellos, su conocimiento de la ciudad de Barquisimeto la avalaba.

Una vez en la capital larense le preguntaron a la acompañante, que era una maestra jubilada, cómo llegaban al hotel; ella les indicó el camino; luego de cinco minutos, estaban en una carrera, así lo decía una placa en una pared: Carrera 19, que lucía muy solitaria. El conductor, desorientado, le preguntó si no se estarían tragando la flecha.

-¡Ay!, no sé -respondió ella; reconoció a alguien en la calle y agregó- ese joven que viene ahí fue mi alumno, déjenme preguntarle -y dirigiéndose al transeúnte, llamó su atención con un saludo.

-Hooola, maestra, ¿cómo está usteeed? -respondió el exalumno.

-Bien, mijo, bien… Óigame, ¿nos estamos comiendo la flecha?

-No, no, no se preocupe, esta calle es doble vida…

-Cómo se ve que fue su alumno -interrumpió uno de los compadres.

-Gracias, mijo, hasta luego -le contestó ella al joven, sin pararle a la burla.

El periplo continuó. Llegaron al sitio de la entrevista. Obtuvo la planilla, la llenó y la entregó; le dijeron que esperara; un cuarto de hora después lo estaban entrevistando y finalmente le dieron una carta para abordar el avión de la empresa que saldría al día siguiente a las nueve de la mañana desde el aeropuerto de Barquisimeto.

*Lea también: Matemática letal, por Marcial Fonseca

La noche fue muy callada para él, a pesar de ello no pudo dormir. Al día siguiente se presentó al aeropuerto. Ya en el avión, cuando este taxiaba hacia la cabecera de pista, él se aferraba a la busaca de vituallas que le había dado su madre, el nerviosismo todavía no desaparecía. En un altavoz se oyó la voz de alguien de la cabina:

-A fajarse, si son tan amables.

Él comenzó a comerse sus arepas rellenas.

Un sobrecargo le llamó la atención.

-Señor, tiene que fajarse.

-Eso es lo que estoy haciendo, ¿no ve? -y le mostró la arepa con mortadela que se estaba comiendo.

-No, no, que se ponga el cinturón del asiento, por favor.

-¡Ah!, ‘ta bien

Llegaron a la Costa Oriental de Lago; un transporte de la compañía lo trasladó a la oficina de reportaje (en el argot petrolero, reportar era sinónimo de que estaban contratando personal, quizás por aquello de que quien era contratado para alguna ocupación u oficio lo mandaban que se reportara a la oficina de nómina).

Empezó su trabajo. Dos meses después presentó una fuerte tos en su turno, lo llevaron a la clínica ocupacional de la empresa. El medico lo auscultó.

-Tengo que suspenderlo -le dijo y esto molestó al paciente que reaccionó violentamente contra el galeno; lo acusó de explotador de la clase obrera; un desalmado que por una simple tosecita y ya lo suspendían.

-En la compañía -aclaró el doctor-, una suspensión es un reposo médico.

marcialfonseca@gmail.com

Marcial Fonseca es ingeniero y escritor

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