Foto @egonzalezurrutia / captura de pantalla

El canciller de Nicolás Maduro, el inefable Yván Gil, convoca al Cuerpo Diplomático para presentar pruebas de sabotaje de la extrema derecha para perjudicar las elecciones del 28 de julio. Las supuestas pruebas las aporta un grupo armado colombiano preocupado por la democracia y celoso guardián de la inviolabilidad de las fronteras de ambas naciones. Mientras miente sin descaro, a Gil no se le mueve ni un pelo, ni le tiembla la voz. Extrema derecha en Venezuela es un concepto en el que caben todos los que se oponen al gobierno.

En simultáneo circula un video del candidato presidencial de la unidad opositora, Edmundo González, que lo muestra de pasajero en un auto con destino al oriente del país. Lleva puesto, como ordenan las normas, el cinturón de seguridad y sobre sus piernas descansa una viandita, que contiene, según contó al diario TalCual, “fundamentalmente empanadas de queso guayanés, cambio para mi país, café negrito bien caliente, esperanza, sueldos dignos, un pedacito de chocolate cien por ciento cacao venezolano y mucho entusiasmo para que todos salgamos a votar por el cambio este 28 de julio”.

Los peligrosos dirigentes opositores deben ser previsivos y llevar su alimentación para la jornada electoral de cada día porque el pacífico gobierno de Nicolás Maduro procede a cerrar los negocios donde se les ocurra comerse una empanada o tomarse un cafecito. También secuestra pequeñas embarcaciones usadas para cruzar ríos y burlar el piquete que cierra vías o detiene al dueño de la moto que llevó de parrillero a González Urrutia durante una reciente caravana electoral en Barinas.

El gobierno vive en una realidad alternativa que le impide apreciar cómo suma una derrota tras otra. Impuso un acuerdo con sus operadores políticos para suplantar el que se firmó en Barbados y así estimular la abstención, la dispersión y la división opositora. Fracasó. Inhabilitó a María Corina Machado e intentó imponer la candidatura que lo enfrentaría. Fracasó. Persigue y detiene dirigentes políticos y sociales, arremete contra gente humilde y solo cosecha rechazo y desobediencia.

Hay una rebelión civil en marcha que pasa por encima de, o esquiva, un montón de procederes injustos. Es una rebelión tranquila, ordenada, convencida, paciente, concentrada, que busca expresarse el 28 de julio y decirle al gobierno de Nicolás Maduro que su tiempo se ha acabado.

En una escena de la película Gandhi (Richard Attenborough, 1982), un clérigo inglés se dirige a un grupo de feligreses luego de que el líder indio, al que apoya, ha sido encarcelado y les dice: “Estamos siendo testigos de algo nuevo, algo tan inesperado y poco usual, que no es de sorprender que el gobierno esté desconcertado”, porque, les pregunta, cómo tratar a unos hombres cuya obediencia no les pertenece.

¿No se parece a nuestra situación venezolana? Algo tan nuevo e inusual que se ha vuelto inmanejable para un gobierno que estimula el cuerpo a cuerpo, especializado en reprimir, y que se queda desnudo frente a un contrincante que procede con inteligencia, que no cae en provocaciones, que está cansado de ser víctima y ya no actúa como tal porque se ha propuesto conquistar su libertad, sin excusas ni dilaciones.

Una simple viandita, con unos cuántos alimentos y mucha energía positiva, puede  descolocar a un poder afónico de tanta gritería y amenaza inservible.