Con la trata no hay trato (I)
Las Adoratrices del Santísimo Sacramento y de la Caridad son un grupo de religiosas católicas que lleva 46 años ayudando a víctimas de violencia cotidiana, prostitución y trata
Sulay García – 06/08/24
Fotos: Sulay García
Mientras Pedro, por las manecillas incandescentes de su reloj en la mano sobre el volante, constata que son las 10 de la noche, la hermana que va de copiloto ve a las dos mujeres sobre la acera.
Esta noche le toca a ella, en anteriores ocasiones a otras hermanas. Una vez por semana, desde hace varios años, las Adoratrices realizan recorridos nocturnos por las calles y avenidas de San Fernando, la capital del estado Apure.
¡Alto, paremos aquí Pedro!, le dice la religiosa al profesor del colegio que, voluntariamente, la acompaña y le conduce el vehículo, que ella no sabe manejar.
Pedro orilla el vehículo y, del rústico chasis largo rojo con techo duro blanco, salta enérgica la menuda mujer envuelta en varias capas de tela.
Hermana Martha Rodríguez, actual coordinadora Adoratrices Apure
El hábito prístino de esta “hermana”, como llaman de cariño a las Adoratrices, no establece diferencias con aquellos labios encendidos y faldas a media pierna de las dos mujeres paradas en la esquina de la avenida.
Al contrario, la religiosa siente, por convicción propia y debido al carisma de su comunidad religiosa, que su investidura las abraza y cobija.
Lo que más tienen presente las Adoratrices es el origen de su congregación, un albergue para mujeres en la misma situación de vulnerabilidad que las dos apureñas, instituido en España, en 1845, por la fundadora Santa María Micaela.
El frente de un viejo hotel capitalino es el sitio habitual donde las dos sanfernandinas, una mayor que la otra, procuran la papa para los seis niños de la mayor que esperan en el barrio, uno de los sectores empobrecidos que rodean San Fernando.
En esa comunidad de la capital apureña, una anciana permite que ellas vivan en su rancho con los niños de la más adulta, a cambio de los tres “golpes’” diarios de comida.
El “convenio” también incluye “beneficios” sexuales a un trabajador informal, hijo de la dueña del rancho, que literalmente son cuatro latas de zinc.
Esto le cuenta a la Adoratriz la mujer más adulta mientras, poco a poco, se alejan de su compañera que permanece atenta a los carros y motos que pasan por la avenida.
La hermana la abraza y escucha, atentamente; la mujer se acurruca en su regazo y prosigue como si la estuviera esperando para desahogarse.
El ruido de una moto que se detiene en la acera interrumpe su entusiasmado relato, y Pedro que está en el carro se asusta y cruza mirada con la hermana.
La pobreza extrema rodea al centro de San Fernando de Apure.
¡En este momento estamos protegidos por la gracia de Dios! Se autoaconseja la religiosa. La reacción apacible y explicación de su interlocutora, la termina de tranquilizar.
La moto detenida es un indicio de que la adolescente, quien es la hija mayor de la mujer que habla con la hermana, acaba de asegurar un día más de comida para los inquilinos del rancho.
A partir de ese encuentro, el vínculo que establecen construye el puente que conecta a la comunidad Adoratriz con la realidad periférica de la capital apureña: el mundo de sobrevivencia, matricéntrico, pleno de hijos de padres invisibles, precariedad habitacional, alimentaria y educativa, en el que estas dos mujeres, y muchas más, habitan.
De hecho, un año después de aquel episodio, una noche a eso de las 12:00 a.m. suena el teléfono en la casa de las Adoratrices para informarles que la recién nacida, hija del trabajador informal con la mujer más adulta, se complica y muere.
A la bebé la velan en la casa de zinc, con la ropa que carga puesta y sobre una mesa de madera, porque si no hay para mortaja, menos para urna.
Una llamada desde la residencia Adoratriz a la Fundación del Niño consigue el féretro y el chasis largo rojo con techo duro blanco que, ahora maneja otro conductor, hace de carroza fúnebre.
Historias enlazadas
En las inmediaciones del río Apure, que separa a los estados Apure y Guárico, la pobreza extrema también favorece la ocurrencia de eventos trágicos.
En esta zona del mismo cinturón de vulnerabilidad capitalino, un incendio consume el rancho de otra mujer y casi cobra la vida de su hijo de cinco meses.
Mientras ella baja por el agua del río, 20 metros barranco abajo, de la casa de lata y madera que construyó con sus manos, la vela que alumbra el hogar derrite sus enseres y los mecates del chinchorro donde duerme su bebé.
¡Al niño lo salvó una vecina, pero está muy quemado! informa a las hermanas un vecino que corre a la casa Adoratriz, mientras el resto sofoca el fuego en el barrio.
De nuevo, el conductor del carro chasis largo rojo parte veloz con el bebé a la emergencia del hospital principal de la ciudad, donde lo hospitalizan y durante la convalecencia, la madre, con colaboraciones de uno y otro lado, costea los insumos médicos.
El niño sobrevive y, al cumplir su primer año de vida, en la comunidad lo celebran con una fiesta. La marca del fuego en su rostro le impide sonreír, pero las expresiones de todo su cuerpo, indican que está feliz.
En estos asentamientos espontáneos, inmediaciones también del Ejecutivo y Legislativo regional, la GNB y el CICPC, el reinado de la necesidad naturaliza el sexo transaccional.
Una práctica mediante la cual un papel higiénico y toallas sanitarias para la primera regla de una adolescente, pueden pagar el precio de su virginidad o una bolsa de mercado constante, justificar la pedofilia de un “protector”.
8 de cada 10 adolescentes de 10 a 14 años ha tenido la experiencia de embarazo, revela la ONG AVESA.
La materialización del dicho “el remedio para un mal mayor es uno menor” es la suerte que corren la mayoría de las numerosas niñas que se levantan en la zona; y es el riesgo que, además, corren las hijas de 10, 12 y 16 años, de una de las dos mujeres de la avenida.
En una de sus visitas a las comunidades, las hermanas escuchan a una mujer decir que, cuando su hija no vivía con “el señor”, era casi indigente, pero con él tiene comida y casa y no está en la calle.
Luego de eso, las Adoratrices consiguen que la adolescente, a la que “el señor” le cuadruplica la edad, se inscriba en uno de los cursos de la congregación. También intervienen por varias jóvenes más, en esa misma situación.
La naturalización de estas uniones desiguales, la mayoría, consentidas por las madres para “proteger” a sus hijas, es común en estos lugares, pero no es una realidad exclusiva de Apure.
El informe “Libres y Seguras” reveló que, en 2022, 1.390 venezolanas, de las cuales 284 niñas y adolescentes, fueron rescatadas de redes de trata.
Según un informe de Amnistía Internacional Venezuela (2021), es un fenómeno “cotidiano” en los sectores de pobreza extrema del país, que se ha acentuado con la crisis humanitaria compleja y cuya “invisibilización” es “grave”.
“Tan sólo entre 2013 y 2014, más de 10.000 niñas habían contraído matrimonio o asentado uniones estables de hecho”, se lee en el informe.
La prevalencia en las niñas, es cuatro veces mayor que en los niños y, en el 75 % de estos casos, participan hombres mayores de edad, indica.
“Las niñas y adolescentes casadas tienen mayor probabilidad de abandonar la escuela –perpetuando ciclos de pobreza–, quedar embarazadas, arriesgarse a muerte perinatal y abortos inseguros, así como ser víctimas de violencia doméstica e infecciones de transmisión sexual. Hay que estudiar, dimensionar y actuar sobre el problema en el país”, recomienda el informe.
Kit de trabajo para el emprendimiento recibido en proyecto Adoratriz 2024.
Otra situación predominante en las comunidades circundantes a la capital apureña, es que, pese a vivir casi en el centro de la ciudad y a escasos metros de las instituciones educativas, la mayoría de las niñas, niños y adolescentes no está escolarizada, y eso las hace más vulnerables.
Incluso, una porción importante de esta población infantil deambula por las principales panaderías y locales comerciales de la ciudad. Venden caramelos y piden comida, para ellas y las familias donde habitan.
Debido al éxodo de sus padres a otros países en busca de los recursos que no encuentran en la región, quedan en manos de abuelas, familiares lejanos o vecinos.
Para frenar el auge de historias como éstas y evitar que las niñas y adolescentes sean blanco de explotación sexual y trata, las Adoratrices inician un abordaje educativo con Fe y Alegría, organización con la que, desde hace años atrás, dictan cursos de oficios y labores a mujeres de otros sectores populares de San Fernando.
“Coloquen ustedes los profesores y nosotras los estudiantes”, propone la jefa Adoratriz a los coordinadores de los programas Capacitación Laboral (Cecal) y Educación de Jóvenes y Adultos de Fe y Alegría.
A la sombra de un árbol de samán, una bendición natural que abunda en estas comunidades, profesores y estudiantes se encuentran para su primera clase. A pocos metros de ellos una Adoratriz gestiona. ¿Señora usted está usando esta puerta vieja?, ¡Sí hermana, ahí encierro a los pollos, en la noche!, ¿Qué le parece si, de día, la usamos como pizarrón? ¡Claro que sí hermana!
La religiosa recuesta la puerta al pie del centenario árbol y les dice: ¡Aquí está el pizarrón! Es lo único que les falta para comenzar. Es parte de los inicios de este proyecto.
Con los más de 100 niños y niñas que aún quedan sin estudiar en estos sectores, el colegio Adoratriz “Santa María Micaela”, único en Apure para niñas y adolescentes, recibe a las primeras estudiantes en un esfuerzo propio por ingresarlas a la escuela.
Adoratrices con Defensoría del Pueblo, otras instituciones del Estado y ONGs, dictan talleres sobre trata.
Ninguna, algunas hasta con nueve años de edad, había asistido a clases por lo que, este primer intento de nivelación, aún avalado por la Zona Educativa, todavía es insuficiente para incorporarlas al sistema regular.
Superar la brecha educativa que las separa de su grado académico conforme a su edad, exige una intervención extraordinaria que, de momento, las Adoratrices no tienen forma de proporcionar.
Cuando la Asociación Venezolana de Educación Católica (AVEC), designa al colegio “Santa María Micaela” como centro piloto del proyecto “Plato Caliente” de la Unicef, las hermanas ven la oportunidad para conseguir la intervención educativa en las comunidades.
Las estudiantes del colegio Santa María Micaela permanentemente reciben charlas sobre prevención de la trata.
Tras ese convenio, las condiciones de las clases bajo los samanes mejoran con la instalación de una gran carpa proporcionada por el nuevo aliado de la causa. No muy lejos de este primer apoyo, llega un segundo aporte.
Un batallón de 14 promotoras y un coordinador de la Asociación para el Desarrollo de la Educación Integral y Comunitaria (Aseinc), también se instala en el corazón de estos barrios con la misión de nivelar e insertar a estas niñas y niños en la escuela.
Aseinc, una ONG venezolana especializada en programas educativos con atención psicosocial y soporte alimentario en zonas vulnerables, inicia una formación intensiva la cual, al cabo de un año, culmina.
Fe y Alegría por su parte, continúa en el sector con la prosecución en la primaria y bachillerato, formación laboral e iniciación en el emprendimiento, principalmente, de mujeres jóvenes y adultas. Varias madres adolescentes, con historial de abusos, aprovechan estos cursos.
Al cabo de un año, Aseinc logra la nivelación e incorporación escolar de las niñas y niños de las comunidades, pero ¡todavía nos falta mucho por hacer en los barrios! Le comenta Martha Rodríguez, actual coordinadora de las Adoratrices en Apure, a la directora latinoamericana de su congregación, en Bogotá, Colombia.
A 12 meses de superado el coronavirus, la hermana Martha gestiona recursos para seguir fortaleciendo a las mujeres jóvenes y adultas de los cinco barrios de la periferia capitalina y 11 más, que se le suman.
Como resultado de esa gestión arranca, en San Fernando, el proyecto Prevención y Atención a Mujeres en Contexto de Prostitución, Explotación Sexual, Violencia Basada en Género y Trata, culminado en mayo de 2024.
Este proyecto que otorga herramientas personales y laborales a más de 100 mujeres para enfrentar la violencia cotidiana, prostitución y trata que reina en sus 16 barrios, es el trabajo más reciente de la labor iniciada por las Adoratrices, hace 46 años atrás.
Primeros tiempos
En su pequeña y austera oficina, Rodríguez, agobiada entre tanto trabajo y formas que tiene que llenar para rendir cuentas del proyecto, se separa de la computadora para dar la entrevista a la Red de Mujeres Constructoras de Paz (RMCP).
¡Actualmente somos cuatro: dos hermanas se encargan de la casa, otra del colegio y yo del proyecto, pero por escasez de personal, porque la idea es que todas estemos en el proyecto! Aclara de entrada, la hermana Martha.
Acto seguido se lleva la mano al mentón y se transporta a 1978, cuando las primeras Adoratrices del Santísimo Sacramento y de la Caridad, llegan a la capital apureña.
Relata que las hermanas pioneras comienzan con la alfabetización de las internas del albergue de adolescentes y del Internado Judicial de San Fernando, hoy extinto.
Luego, inician el trabajo en las calles donde realizan sus primeras captaciones de jóvenes para la inserción en el sistema escolar, con el apoyo de colegios colaboradores
La necesidad de separar a las jóvenes de los focos de violencia sexual, albergarlas, capacitarlas y monitorear su evolución, impulsa a las religiosas a ubicar un lugar propio donde impartir bachillerato y talleres de costura, panadería, bordado y muñequería. En 1980 fundan el colegio.
La realidad dejada por las jóvenes estudiantes en sus comunidades y que las mantenía ancladas a la violencia, lleva a las Adoratrices hasta “La Morenera”, uno de los barrios más numerosos y vulnerables del sur de San Fernando.
Allí, con el apoyo de la iglesia católica del sector y, dentro de sus instalaciones, inician los talleres de Corte y Costura y Panadería, de la mano de Fe y Alegría CECAL.
“Dejamos un tiempo La Morenera porque nos robaron las máquinas de coser y nos desmantelaron la panadería, pero después retomamos en otra parte”, prosigue.
Las acciones y tiempo invertido le parecen insuficientes con respecto a la misión en los territorios, cada vez más numerosos, del imperio de la violencia feminizada que rodea a la capital del estado Apure, con más de 300 barrios en pobreza extrema.
“La tarea no es fácil y los resultados no son rápidos, pero vamos teniendo testimonios de vida de muchachas que son vulneradas y toman otro rumbo”, afirma la Adoratriz.
Evoca las imágenes frescas de las 110 mujeres recién certificadas en Corte y Costura, Peluquería, Manicura y Enfermería por el proyecto Prevención y Atención a Mujeres en Contexto de Prostitución, Explotación Sexual, Violencia Basada en Género y Trata.
“También las vemos aprendiendo y motivadas con el deseo de emprender. Eso es un indicio de que van a mejorar su vida y esa es la misión”, finaliza.
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