De gordofobia y otros demonios: la violencia estética versus la diversidad corporal
¿Qué significa tener un cuerpo no hegemónico en un mundo que refuerza ideales inalcanzables de belleza en lugar de cuestionarlos?
Génesis Daniela Prada – 15/07/24
En la canción Una Casa Sin Espejos, Sasha Alex Sloan explora las infinitas posibilidades de una mujer cuando crece limpia de prejuicios acerca de su imagen. Sin la crueldad del espejo, eufemismo utilizado por la artista para referirse a la familia y la sociedad, la esencia del vínculo entre las mujeres, sus cuerpos y sus sueños sería la libertad.
Carla Michelle Aponte tenía ocho años cuando comenzó a preocuparse por su apariencia. Amaba la playa. Amaba jugar. Amaba la arena y el mar. El amor pronto resultó convertido en aversión. Quería disfrutar de su lugar favorito usando un traje de baño de dos piezas, pero algo la detenía.
Un sinfín de espejos le hicieron creer que por encima de la diversión, estaba la elección del bañador. Debía ser precavida. No podía tomarla a la ligera, como ella creía. ¿Bikini o traje completo? Depende. Si eres flaca querrán verte en bikini. Si tu cuerpo escapa de la norma, solo tienes permitido utilizar enterizo. O, mejor, no vayas a la playa.
«Debería haber disfrutado de mi niñez sin más. No tendría por qué haberme enfocado en si estaba gorda o delgada; si mi cuerpo era agradable ante los ojos de los demás. Era mi momento para divertirme, no para sufrir por la forma de mi cuerpo. Aquella inseguridad es una de mis memorias más vívidas», recuerda Carla Michelle, psicóloga y activista venezolana de diversidad corporal.
“Me recorre esta piel” por Tatiana Escárate, para Photo VOGUE
La violencia estética es acérrima enemiga de las mujeres libres. No en vano se trata de una creación del sistema patriarcal. El “gobierno del padre” impuso el mandato de la belleza mediante la objetivación y deshumanización de las mujeres: las expectativas recaen de
manera exclusiva en ellas, y se convierten en una forma de dominación.
De acuerdo con Esther Pineda, socióloga feminista venezolana, y especialista en Estudios de la Mujer, esta forma de agresión basada en género se fundamenta en el sexismo, la gerontofobia, el racismo y la gordofobia.
En otras palabras, las mujeres deben ser femeninas, jóvenes, blancas y delgadas, cueste lo que cueste. Los cuerpos sujetos a las cuatro premisas se consideran válidos. Los demás asumirán las consecuencias de no acatar el imperativo de belleza.
Los cuerpos gordos están sujetos a tales sanciones al permanecer bajo el escrutinio permanente. El estigma o sesgo de peso asigna hábitos y rasgos de carácter a las personas gordas. La forma, tamaño y medidas corporales se utilizan para emitir juicios de valor.
El patriarcado es intolerante ante las corporalidades diversas, y conlleva a las personas con físicos diversos a negar sus propios cuerpos / Reddit
Según el Instituto Canario de Igualdad, el odio, desprecio y violencia sufrida por las personas gordas por el hecho de serlo, se denomina gordofobia. “Es una forma de discriminación, que se nutre de la creencia de que el cuerpo gordo responde a una falta de voluntad o de autocuidado, de no hacer el esfuerzo suficiente para ser delgado, motivo por el cual merece castigo o rechazo”.
«La niña que fui sigue en mí, y mi activismo se lo dedico a ella. Yo soy la adulta que necesitaba, pero no tuve. La avergonzaron, juzgaron y limitaron por su cuerpo, pero yo no voy a permitir más abusos contra mí, ni contra mis compañeras», sentencia Carla Michelle.
Azahara Nieto, nutricionista clínica española, advierte en la columna Salud y Bienestar de El País, que la gordofobia es «estructural y sistémica», pues toda una maquinaria restringe el acceso de las corporalidades grandes a oportunidades, servicios y espacios.
La falta de talles para ciertos tipos de cuerpo, la longitud de los cinturones de seguridad y el tamaño de los asientos en el transporte público, y la subrepresentación de cuerpos diversos en los medios de comunicación son ejemplos de la restricción.
«La niña que fui creció creyendo que las modelos como yo no existían; que nunca llegarían a una revista o pasarela», dice Carla Michelle, quien comenzó su carrera en modelaje en 2023 / “Entre tres” por Tatiana Escárate, para Photo VOGUE
El campo de batalla
En la obra del colombiano Gabriel García Márquez, Del amor y otros demonios, Sierva María de Todos Los Ángeles atraviesa un camino de espinas mientras cuestiona la naturaleza de lo aparentemente normativo. La protagonista enfrenta el proceso recluida en un convento, donde rebelarse contra las reglas era considerado pecado.
Tal fue la rebeldía de Sierva María en aquella cárcel, que sus opresores la tildaron de demonio, aunque sus acciones sólo pretendieran desafiar los prejuicios de su tiempo. Carla Michelle conoce a la perfección el precio a pagar cuando se asumen luchas similares a las del personaje literario.
«Salirse de la norma y alzar la voz pasa una dolorosa factura. Ser señaladas, criticadas, juzgadas y censuradas son parte del costo. Podrás repetirte la frase “ignora la opinión de los demás”, pero somos seres sociales. Formamos grupos por supervivencia. Por lo tanto, la mirada de los de afuera de alguna manera constituye nuestra propia mirada», explica.
En entrevista con El extremo sur, Pineda advierte que «si no cambia la forma en que la sociedad mira y trata a las mujeres, es difícil que las mujeres puedan cambiar la forma en que se miran y tratan a sí mismas».
La mercantilización de los ideales físicos, a través de la industria de la belleza y los medios ha normalizado el sometimiento del cuerpo a procedimientos violentos, como los trastornos alimentarios y las transformaciones quirúrgicas, a fin de encajar en el patrón normativo de belleza.
Carla Michelle confronta a través del activismo las narrativas construidas alrededor de los cuerpos, las ideas asociadas a los físicos no hegemónicos, la comercialización de esas percepciones, y las limitaciones impuestas a quienes “incumplen” con los ideales físicos.
«La defensa de la diversidad corporal consiste en comprender que independientemente de tu apariencia, eres una persona digna de respeto, derechos, inclusión, y representación. Puede parecer obvio, pero en medio del bombardeo de mensajes sobre cómo sí y cómo no debes lucir, se cometen muchas injusticias», dice.
Detrás del emporio de las coronas
Fruto del compromiso con su labor, Carla Michelle desarrolló el estudio La relación con mi cuerpa en el país de las Misses. El trabajo profundiza en la relación de las venezolanas con sus cuerpos y los estándares corporales en Venezuela, cuya cantidad de coronas universales le confiere un sitio destacado en el radar de la belleza, al punto de convertirlas en rasgo intrínseco de la identidad del país.
Pineda, autora del libro Bellas para morir. Estereotipos de género y violencia estética contra las mujeres, califica a la cultura venezolana de «profundamente vanidosa y superficial, con un culto exacerbado por la belleza».
El peso de ese elemento identitario derivó en la creación de un estereotipo inalcanzable de apariencia femenina. En América Latina fueron diseñados dos cánones extremos de belleza: mujer de calendario, sensual y voluptuosa, y mujer de revista, con extrema delgadez. En Venezuela predomina el primero. A las mujeres con esas características se les llama “explotadas”.
No por casualidad Carla Michelle utilizó la palabra “cuerpa” en el título del informe, otra expresión venezolana para referirse a las mujeres que «cumplen con el ideal». Cambió el género del sustantivo, sin reparar en las normas gramaticales, y resignificó la connotación del mismo para otorgarle una nueva dimensión.
«La cuerpa ya no se trata de encajar en la norma, ahora la cuerpa se trata de la apropiación de mi apariencia despojada de mandatos externos. Quise darnos la oportunidad de relacionarnos con esa palabra desde otro lugar, porque por mucho tiempo la han usado en nuestra contra», sostiene.
Las 684 mujeres encuestadas en el análisis efectuado por la activista, afirmaron que el modelo de cuerpo exigido a las venezolanas debe ser delgado, alto, de cintura pequeña y senos grandes, con cabello largo y liso. El 70 % de las participantes considera que «no se parece a ese ideal».
De acuerdo con el estudio, seis de cada 10 venezolanas viven insatisfechas con su cuerpo. Más de 470 mujeres bajarían de peso para ser más felices; mientras la mayoría tiene miedo a engordar porque su cuerpo cambiaría.
“Eres bella, firma aquí”
El deseo de perder kilos y el pavor a ganarlos pueden tener su origen en la gordofobia interiorizada, es decir, en el pánico a la gordura propia y a la ajena. El temor trasciende lo estético. En realidad, las mujeres temen perder o poner en riesgo los privilegios sociales de los cuerpos normativos.
La conjugación de la gordofobia y el machismo resta ventajas a las mujeres. Bajo este criterio, no solo son juzgadas por su género, también por el grado de obediencia ante la normativa de belleza. Según sea el veredicto, serán más o menos merecedoras de oportunidades.
«Si ponemos el ejemplo de una carrera de fondo, a la hora de lograr sus metas profesionales, las mujeres gordas parten desde el kilómetro cero y las delgadas, desde el veinte. Las pueden alcanzar, pero lo tendrán mucho más difícil», expone Laura Alberola, psicóloga sanitaria especializada en trastornos alimenticios, en conversación con infoLibre.
A quienes gozan del Pretty Privilege (privilegio por belleza, en español) se les considera personas inteligentes, capaces, dignas de confianza, y virtuosas.
«Los beneficios también son económicos», escribe en la revista Time la periodista Sable Young. Las personas con físicos normativos generalmente reciben ascensos, aumentos salariales, y consiguen buenos puestos de trabajo.
La construcción social del cuerpo ha impuesto una serie de obligaciones estéticas capaces de contaminar la relación de las mujeres con su físico, hasta coaccionarlas a violentar sus cuerpos para hacerlos caber en los espacios donde no están permitidos. Lograr el cometido les roba tiempo y concentración. ¿Cuántas veces no ponen en pausa sus vidas debido a su apariencia?
Belleza en pedazos
El infierno de Carla Michelle comenzó antes de superar la adolescencia. Al cumplir la mayoría de edad sufrió un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), cuyo inicio ocurrió cuando experimentó un cambio drástico en su anatomía. Entrenaba en exceso y seguía un régimen alimenticio particular.
Debido al apremio desmesurado de poseer un busto de dimensiones específicas, «en especial en Venezuela», también a los 18 años operó sus senos. Durante la recuperación post-cirugía, con un cuerpo de peso y medidas hegemónicas, enfrentó un miedo sobrecogedor: «no podía volver a engordar». La bulimia lo evitó.
La Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, indica que los trastornos alimentarios son afecciones graves de salud mental, y perjudican en mayor proporción a las mujeres.
La bulimia y la anorexia nerviosas se encuentran entre los desórdenes alimentarios más comunes. La primera implica atracones de comida episódicos, que terminan en vómitos provocados o el uso de laxantes. La segunda conlleva a la restricción severa de los alimentos. Ambas desembocan en enfermedades cardiacas y renales, «o incluso la muerte».
Los TCA se basan en «problemas serios sobre cómo se piensa en la comida». No son alternativas dietéticas, no son un estilo de vida. Se tratan de padecimientos médicos capaces de atentar contra una correcta nutrición.
«La presión social ejercida en mujeres y niñas es un factor de riesgo con una influencia evidente en el desarrollo y mantenimiento de los trastornos de la conducta alimentaria. Es urgente cambiar el modelo de belleza femenino actual, excesivamente delgado, por uno que fomente la salud y el respeto por la diversidad corporal», asevera la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia.
Cuerpos grandes, cuerpos de dolor
Por un año entero Carla Michell ocultó su sufrimiento. No deseaba compartirlo con nadie. El silencio terminó tras escuchar el testimonio de una amiga, quien necesitó ayuda psicológica a causa de un TCA adquirido luego de concursar en un certamen de belleza. En las palabras de la chica, Carla Michelle vio el reflejo de su calvario.
«Al sentirme comprendida por ella, y no juzgada, reconocí que no estaba bien. Comencé tratamiento terapéutico por varios meses. Durante el proceso, descubrí que mis vivencias no eran el único motivo por el cual atravesaba un TCA; la violencia estética también me había conducido a la bulimia. Yo padecía la violencia a través del trastorno», cuenta.
A lo largo de la rehabilitación, comprendió cómo la perpetuación de los ideales corporales conduce a las mujeres a sufrir. Por esa razón, se prometió a sí misma elegirse todos los días, y cuestionar por medio del activismo de diversidad corporal los estándares de belleza.
Carla Michelle promueve espacios virtuales donde las mujeres puedan hablar de la huella de la violencia estética en sus vidas. Como psicóloga, y víctima de este sistema, sabe cuán importante es exteriorizar el dolor, en tanto, la violencia en cualquiera de sus expresiones impacta en la salud mental.
«Bajé de peso porque estaba medicada con alprazolam y sertralina [antidepresivos]. Cuando dejé las pastillas engordé muchísimo, y una tía me dijo: qué loca, después de estar bella, mira cómo te pusiste», comparte una de las participantes de la encuesta hecha por la activista.
¿Opiniones o piedras?
El estigma de peso se disfraza de recomendaciones bien intencionadas, comentarios pasivo-agresivos o chistes acerca de la apariencia de alguien. A causa de estos comportamientos, aparentemente inofensivos, la discriminación en contra de las personas gordas resulta en una forma aceptable de prejuicio, sin considerar sus consecuencias.
Los castigos basados en el peso se manifiestan en todos los ambientes de socialización. Médicos, familiares y amigos despachan sin reparos advertencias acerca de la ganancia de kilos. Quizás pensarán que alguna sugerencia inspirará a la gente a evitarlos o perderlos.
«Al revelar mi trastorno, recibí señalamientos de mi círculo cercano. Me preguntaron por qué lo había hecho. Para ellos, sufrir bulimia nerviosa fue mi culpa. Aun cuando recibí esa respuesta de su parte, no paré de hablar de los TCA y la gordofobia. Necesitaba normalizar esa clase de conversaciones para evidenciar los peligros a los que nos puede someter la violencia estética», reconoce Carla Michelle.
Para sanar las heridas de un trastorno, en especial las heridas psíquicas y emocionales, los límites son parte fundamental del tratamiento. Protegerse de los discursos, prácticas y vínculos interpersonales, que fomentan el sacrificio del cuerpo en busca de validación, es un acto de salvación propia.
Douglass Bunnell, psicólogo clínico del Centro de Tratamiento de Trastornos Alimentarios “Monte Nido”, asegura que, la administración del entorno de recuperación es un factor potencial en la gestión de estas afecciones: «no será sencillo para una mujer recuperarse en un entorno que, básicamente, le está diciendo que está equivocada».
Carla Michelle recomienda rodearse de personas que «te miren con los ojos correctos», dispuestas a «contenerte cuando la relación con tu cuerpo no esté en su mejor momento». En esos episodios, la activista se observa a sí misma a través de la mirada de su pareja y amigas, «para verme con su amor».
La medicalización del estigma
Si bien las personas gordas están expuestas a alteraciones de salud, en buena medida a causa del sesgo de peso, buscar apoyo médico puede ser una decisión difícil de tomar, pues las discriminaciones se trasladan hasta los consultorios.
La ciencia ha probado la influencia de la genética, las hormonas, las bacterias intestinales, las tradiciones y la cultura en el peso de una persona, asimismo la ineficacia de las dietas para mantenerlo a largo plazo, pero los cuerpos grandes aún son percibidos como cuerpos enfermos.
Un estudio publicado en 2021 en la revista médica PLOS One, resalta que dos tercios de las personas estigmatizadas por peso, han sido avergonzadas por especialistas de la medicina. Los doctores/as generalmente achacan las enfermedades a los kilos del paciente, pese a que la complejidad de la salud no se mida por los números de una balanza.
«El IMC es un parámetro totalmente obsoleto, tiene en cuenta nada más que el peso y la estatura de la persona y, para más inri, está hecho solo sobre hombres blancos» / ConSalud.es
La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera a la obesidad un factor de riesgo en el desarrollo de otras patologías como la diabetes tipo II, las afecciones cardiovasculares y algunas clases de cáncer. De hecho, debido a los índices de obesidad en el mundo, es uno de los objetivos globales de nutrición para 2025.
Frente a este panorama, el diseño y aplicación de medidas resulta tarea primordial, pero ¿en qué concepciones se basan las soluciones? ¿Con tal de prevenir la obesidad, se vale todo?
«Estamos ante una guerra contra las personas gordas y contra la gordura, como un problema médico, moral y socioeconómico», subraya Anu Harju, investigadora social finlandesa.
¡Libres nos queremos!
El cuerpo queda reducido a un espacio territorial en disputa, atravesado por expectativas económicas, estéticas, ideológicas, raciales, sexistas y sociales, capaces de convertir la gordura en la antítesis de aquello deseable, saludable y digno.
Atrapadas en ese campo de batalla, las mujeres gordas se rompen en pedazos, o empequeñecen todo cuanto son con tal de firmar un tratado de paz, el cual solo sirve para trasladar el conflicto: en apariencia la guerra cesa en el exterior, pero se instala entre ellas y sus cuerpos.
«Cuando comprendí que no cumplía con el ideal de belleza que esperaban de mí, y por esa razón la sociedad me desvalorizaba y deshumanizaba, comencé a analizar las barreras que nos impiden tener una relación sana con nuestros cuerpos. La falta de un vínculo sano se debe a los mandatos y violencias que recaen en las decisiones que tomamos respecto a nuestra apariencia», manifiesta Carla Michelle.
Una mujer gorda en bikini en la playa no debería ser un acto de resistencia, pero lo es, y resistir tiene para ella un alto costo / “Libertad” por Tatiana Escárate, para Photo VOGUE
El activismo de diversidad corporal busca defender el derecho de decisión sobre los cuerpos: quienes no quieren cambiar, quienes quieren cambiar, quienes, aun comprendiendo el discurso de la diversidad corporal, desean cambiar, y quienes hacen las paces con sus cuerpos gracias al discurso.
Para Carla Michelle, en medio de esta realidad olvidamos que, «si hay algo bello a perseguir, es la conexión plena con el cuerpo; sin ella anulamos nuestra capacidad de escucharlo, aunque hable a gritos cuando duele».
La tendencia global de homogeneizar los patrones corporales a partir de la glorificación de los ideales inaccesibles de belleza, suprime cualquier oportunidad de reivindicar la naturalidad de la diversidad corporal, y la libertad de los físicos no hegemónicos de significarse desde nuevas perspectivas.
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