Cheo Carvajal era apenas un adolescente cuando se percibió como parte de un gran sistema: una ciudad vegetal, de agua, de cemento, biodiversa. Comenzó a estudiar biología pero se cambió a periodismo y terminó siendo activista: es alguien que promueve la coexistencia sin importar la especie o color político.
FOTOGRAFÍAS: DIANA CHOLLETT / ELISA SILVA / ÁNGEL ZAMBRANO
Cheo vivía en Caracas, pero tenía familia en Maracay. Por ello, su familia transitaba con mucha frecuencia entre ambas ciudades. Cada tantos kilómetros, su papá se estacionaba a un costado de la vía, bajo los árboles, para que estiraran un poco las piernas. Cheo, de 10 años, se subía a la maleta del carro, se acostaba y veía hacia el cielo. El sol, esa luz amarilla, se filtraba por entre un samán.
Esa imagen lo mantendría fascinado por siempre.
—¡Es que mira esta copa! —dice ahora, refiriéndose a un árbol de mamón en el jardín de Ciudad Laboratorio, la ONG que lidera.
Y vuelve a ser aquel niño de 10, prendado de los árboles, que comenzó a pensar que la ciudad era un engranaje diverso, un cuerpo del que todos somos parte. Cheo defiende a los peatones, a los ciclistas, los árboles. Defiende la convivencia, la inclusión, los barrios, la ciudadanía, la cultura… De allí que el lema de su organización sea “Arte, pedagogía y ciudad”.
Cheo vivió en Catia durante los primeros años de su vida. Primero, su mamá lo llevaba caminando hasta el colegio de Fe y Alegría donde estudiaba, o lo llevaba consigo al mercado. Tendría 4 o 5 años, y las caminatas no eran entonces tan plácidas como lo serían luego: siendo tan pequeño, solo veía mucha gente caminar por su lado, tumultos a su alrededor, demasiados estímulos que no lograba procesar y que lo mareaban.
Cuando entró al liceo, sus papás siguieron llevándolo, pero solo en la mañana y en carro. A la salida, Cheo debía volver solo a casa. En lugar de tomar el autobús, comenzó a regresar caminando. Tomaba siempre el camino más largo: el que pasaba por parques, por plazas, en el que veía árboles, pero también transeúntes, tráfico vehicular. Quizá por ello —y por ser hijo de una madre que le enseñó a amar la naturaleza— no le extrañó a nadie que al empezar su vida universitaria escogiera biología como carrera.
Durante los dos primeros años en la Universidad Central de Venezuela, comenzó a vincularse con actividades más culturales, políticas y comunicacionales. Tenía contacto con realidades distintas a la suya. Empezó a hablar de las zonas excluidas del mapa, de la necesidad de una convivencia armoniosa entre unos y otros. Sintió la necesidad de contar, de visibilizar lo que ocurría a su alrededor. Decidió dejar la biología y estudiar periodismo.
Cheo fotografiaba la ciudad, escribía sobre ella en medios impresos. Pero no solo sobre la ciudad que todos conocían: se adentraba en la noche, en callecitas poco transitadas, en bares poco frecuentados. Y reseñaba la agenda cultural de estos espacios en las páginas de un impreso llamado Pero en Caracas. Mientras unos diarios se enfocaban en el teatro, el cine, la música comercial… Cheo y sus compañeros contaban lo que a simple vista no se veía, pero también era arte: por ejemplo, ponían el foco en un músico local, emergente, que se presentaba casi solitario en un bar nocturno.
Este contacto permanente con la ciudad, desde lo más íntimo, despertó su curiosidad, primero, por registrar el mobiliario urbano; luego, por aprender sobre arboricultura. Pero en Caracas no era sostenible y duró apenas un año.
En 2003, cuando Cheo estudiaba en Barcelona —ahora como periodista— una maestría en diseño y espacio público, uno de sus compañeros lo contactó para trabajar en una nueva idea, parecida, pero con mayor alcance: En Caracas. Cheo sería el editor y su esposa la diseñadora. Y esta Caracas casi subterránea, la Caracas real y diversa, volvió a ver la luz.
En Caracas nació en 2004 y fue un éxito editorial: un tabloide de 32 páginas a full color, lleno de agendas y entrevistas, de fotos de gran tamaño, llamativo. Comenzó a distribuirse encartado en El Nacional, pero rápidamente encontró su propio camino fuera de ese diario. Durante su primer año, alcanzó un tiraje de 35 mil ejemplares y 400 puntos de distribución: se repartía en el metro, en sitios públicos.
Ya en 2004, el país comenzaba a polarizarse. En Caracas se movía por el medio. Por eso, para la edición aniversario (dedicada por completo a la avenida Baralt) no dudaron en sentar en una misma mesa a Juan Barreto y a Leopoldo López para hablar sobre los barrios. Fue un encuentro con opiniones encontradas, sí, pero enriquecedor.
Sin embargo, estos lugares de encuentro pronto dejarían de ser posibles, tanto por el extremismo político, que no dejó de aumentar, como por la sostenibilidad: fue el único aniversario que alcanzaron a celebrar, otra vez. No podían mantenerse.
Pero en su breve paso por El Nacional se había ganado un puesto en el Consejo Editorial de las coberturas de ciudad, y este espacio se transformó en una nueva sección que estuvo viva por siete años: Caracas a pie. Entre 2007 y 2014, Cheo y Juancho Pinto escribieron —en la 2da o 3ra página del Cuerpo C— sobre cafés, ciclismo, ciudad, árboles, peatones.
Y con ese compartir continuo con la gente, con quienes eran afectados por la carente integración de todos, se fue asumiendo también como activista.
Con el pasar de los años, el mismo Cheo que escribía se convirtió en el Cheo que ejercía una protesta no-violenta. Si en una avenida muy transitada no había suficientes cruces peatonales, Cheo iba con más personas afectadas, pintaba dos o tres líneas en el suelo a modo de cruce y escribía: “Aquí falta un rayado”.
Cuando en Las Mercedes comenzó a hacerse común deforestar para favorecer las nuevas construcciones, Cheo fue con más personas a cantar canciones y versos a los alcorques, y a dejar un mensaje claro: “Acá toca un árbol”.
Y cada una de esas iniciativas de protesta tomaron forma y aterrizaron en la organización que terminó fundando: Ciudad Laboratorio, en 2018. Para la defensa de los árboles —talados sin conocimiento ni respeto por alcaldías caraqueñas— nació Plantados Ccs en 2020. Para llamar la atención sobre el río Guaire —que es reseñado solo cuando alguien sin vida flota en sus aguas— nació el proyecto El Guaire es el hilo. Este último lo lidera con la arquitecto Elisa Silva, con quien comparte sus ideales del reconocimiento del barrio como parte de la ciudad, o su búsqueda de transformación de Caracas a partir del reconocimiento de su río.
En su jardín, en Ciudad Laboratorio, Cheo se pierde entre los árboles. Si tiene que podarlos, les pide permiso antes. Si va a tomar sus frutos, se asegura primero de que estén listos. Les agradece por su sombra y su belleza, por su función para la vida, pero también por permitirle, por ejemplo, ver semillas de caoba volar. Se permite estar bajo su sombra, como cuando era un niño. Honra los cientos de años que formaron el suelo donde ellos, como él, están plantados, y el espacio de conexión que significa para unas especies y otras.
Celebra triunfos ciudadanos como un reciente plan de reforestación anunciado por una alcaldía del Área Metropolitana —anunciado después de múltiples protestas en contra de la deforestación, de las agresivas podas que él mismo registra en Plantados— o como la siembra de árboles en aquellos alcorques a los que les cantó meses atrás.
Porque es justo eso lo que busca: no dejarse arrastrar por la coyuntura, hacer contención, llevar a las instituciones a rincones donde decidan tomar medidas, de forma no violenta. Porque en un contexto en el que las instituciones no son lo que él desearía, donde no hay políticas que procuren la protección de todos los elementos de la ciudad como un conjunto, él está dispuesto —con muchos otros— a protestar por quienes no pueden hacerlo.
Está dispuesto también a orientar al que no comprende su activismo y a integrar al que quiere defender la integración. Para ellos —para todos— ha ideado espacios: ha dictado talleres en la Facultad de Arquitectura en la Universidad Central de Venezuela, contribuye con proyectos de reforestación en comunidades, realiza actividades en tramos asociados al río para hablar de su importancia para Caracas, organiza eventos y talleres en Ciudad Laboratorio para hablar sobre el papel que nos corresponde como ciudadanos y resalta, cada vez que puede, la importancia de reconocer a los barrios como parte de la ciudad e incluirlos —con sus habitantes— en el mapa.
Y al hacerlo procura cuidar esta ciudad-cuerpo que es Caracas.
Por ello, camina por gusto pero también como metodología: para ver de cerca los procesos y dinámicas que lo han tenido fascinado desde niño. Para tener una mirada amplia, pero también precisa de esta mixtura de espacio que se genera con la mezcla de ciudad y naturaleza. Camina, sí, como una forma de activismo.
Aunque lo hace también para disfrutar del paisaje. Como cuando viajaba con la familia y se detenían en la vía para estirar las piernas.
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