Los 1.000 días

Foto: AFP
Son ya un clásico los análisis, la información desplegada en medios y redes sobre los primeros 100 días de un gobierno. Quizá ni los ciudadanos comunes, ni los analistas, ni quienes aspiran a la dirección de un país, consideran, en cambio, suficiente los 1.000 días previos, es decir, el tiempo de la planificación, de la maduración de propósitos y programas, de la decisión de las primeras acciones concretas.
Parece bien sabido, aunque no siempre presente, que no basta tener ideas claras, ni siquiera un plan de gobierno bien definido o buenas propuestas electorales. Frecuentemente olvidamos el necesario tiempo y esfuerzo de preparación. Paralelamente con la campaña para acceder al poder se impone la organización de los equipos para estudiar y decidir las acciones, sentar las bases, marcar el camino, actuar con prontitud y eficacia.
La clave está, aprendida de quienes han tenido éxito en la conducción de un país, en conformar equipos de trabajo cuya tarea de planificar no comience el día de la elección o de la toma de posesión, sino muchos meses o años antes. Se trata de planificar para actuar con eficiencia, y de hacerlo con buen criterio, utilizando las más modernas herramientas, con capacidad profesional, con visión de la realidad presente y de las tendencias, de las oportunidades y de los riesgos, de los posibles obstáculos, de los primeros espacios que es necesario cubrir y del momento de hacerlo. Se trata de planificar para actuar, y de actuar oportunamente para asegurar el cumplimiento de los objetivos.
La importancia de la preparación se justifica mucho más cuando se observa el valor simbólico de los 100 primeros días y de la eficacia de las primeras acciones para derribar obstáculos, marcar la pauta de gobierno y generar el entusiasmo y el apoyo ciudadano. Esos primeros 100 días exponen la orientación, provocan reacciones, de la repulsa al aplauso, de la sorpresa a la expectativa, de la seguridad a la incertidumbre, de la aprobación al rechazo. La experiencia política demuestra que cada vez más los electores son más exigentes y que esperan resultados más visibles e inmediatos. Su ausencia sepulta los buenos discursos y los programas mejor delineados. Hay decisiones que tienen la virtud de sorprender, de generar confianza, de demostrar que las cosas no serán nuevamente iguales, que la voluntad de cambiar es real y de que está en marcha.
Parece que Trump algo aprendió, al menos en este punto, de su primera presidencia, marcada por mucho ruido y mucha efervescencia, pero de discutibles resultados. Esta vez ha contado con la tecnología como herramienta para la planificación y para la eficacia de la acción. Ha sorprendido con la velocidad y profundidad de sus primeras decisiones. La tecnología, el manejo del mundo de los algoritmos, han permitido a sus equipos tomar acciones inmediatas luego de acceder a una información normalmente oculta o de difícil acceso.
Pese a las estridencias, los primeros momentos hablan de planificación, de medidas decididas desde antes. Su decisión de avanzar a prisa tiene más sentido ahora cuando sabe que no puede ser reelegido y cuando las elecciones de mitad de periodo pueden cambiar la posición de fuerzas, fortalecer o reducir los apoyos. Todo parece que sus asesores le recordaron que es mejor no anunciar, sino proceder, que los planes no siempre deben ser objeto de los discursos o de la oferta de campaña, que anticipar las medidas puede generar rechazos y facilitar la estrategia de los adversarios o de los amenazados por las medidas.
Para esta segunda presidencia Trump comenzó desde la campaña -ya lo había hecho antes- con el ataque al establishment de Washington, a la burocracia, a una maquinaria recrecida, con espacio para las desviaciones de fondos, el florecimiento de la medianía, la falta de flexibilidad, el exceso de fiscalización y de formalidades superfluas, la capacidad para frenar los cambios y consagrar la rutina, la ineficacia y la corrupción. Los datos del equipo de expertos tecnológicos parecen haberle ofrecido números duros para confirmar su posición. “Superar los males de la burocracia es trabajo de dioses”, dijo alguien, y Trump parece haber hecho suya la afirmación.
En conclusión: los 100 primeros días son importantes. Sus buenos resultados, sin embargo, dependen de los 1.000 días, dicho simbólicamente, de su preparación.
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