José Martí: el amor, vida y palabra

“La sinceridad es, para Martí, un valor ético y estético, en tanto es el resultado de una implicación afectiva con el mundo y el fundamento de una nueva escritura. Cuando señala que ‘se ha de escribir viviendo, con la expresión sincera del pensamiento libre’, Martí propone la literatura como una expresión de la conciencia, un decir en sintonía con un sentir que ha sido decantado en el tamiz del amor y el sacrificio”
Por KATHERINE CHACÓN
Amar: he aquí la crítica.
El cariño es la más correcta y elocuente de todas las gramáticas.
He padecido con amor.
José Martí
Es amplia y de larga tradición la literatura referida al «amor noble». Afecto desinteresado, el amor noble es esa emoción gentil y caballeresca que se funda en la fraternidad humana y se manifiesta en el sacrificio. La bondad natural y activa lo define; la cortesía es su código; la belleza y la justicia, sus ideales.
En uno de los sonetos de La Vita Nova, «Amore e ‘l cor gentil sono una cosa», Dante señala que la nobleza —el amor a la virtud misma— es inseparable del verdadero sentimiento amoroso. Diferente del amor erótico, de la pasión sensual, cuyo fin es la posesión del ser deseado y cuyo ímpetu puede ser destructivo, el amor noble es, más bien, una ‘pasión apolínea’, límpida, constructiva, en constante búsqueda de la integridad. Su eje moral se encuentra en la doctrina cristiana. Pasión del sentimiento y no del cuerpo —pero pasión, al fin y al cabo—, el amor noble posee también un flanco de nocturnidad, de desengaño.
Los textos del gran escritor y político cubano José Martí, esparcidos en poemas, artículos periodísticos, narraciones, ensayos, cartas, diarios y conferencias, se hallan esencialmente vinculados a esta verdad vital que amalgama reflexión ética y acción virtuosa. En él –escribirá Cintio Vitier– «literatura y servicio, literatura y redención histórica del hombre, son elementos inextricablemente unidos [… y] no es posible despojar a ninguna página de Martí de su carácter nativamente ético, moralizador» (1). Martí expresa una «noción evangélica» de la literatura, volcando la palabra al servicio de los hombres, y situándose, por esta vía que antepone la voz al signo, en un punto opuesto a las tendencias literarias dominantes en su época.
También hay en Martí una ética de la escritura, un amor a la virtud literaria. La exactitud es un rasgo esencial de su concepción de la literatura como expresión de la vida: «Acercarse a la vida —dirá—, he aquí el objeto de la literatura», una afirmación que revela su fidelidad a lo natural. En la naturaleza, a la que llamará «madre de todas las exactitudes», encontrará «ornamento necesario, primor orgánico, retórica original» para formular una nueva Academia —«la Academia de la Naturaleza»—, alejada de lo artificioso, falso e innecesario. Lo que surge naturalmente, lo que se atiene a la escritura sencilla y sincera, es lo que revela al hombre, lo que le habla más hondamente y lo que le permite ser libre.
En el Prólogo para su libro Flores del destierro, escribe: «Ya sé que [estos versos] están escritos en ritmo desusado, que por esto, o por serlo de veras, va a parecer a muchos duro. ¿Mas, con qué derecho puede quebrar la mera voluntad artística la forma natural y sagrada, en que, como la carne de las ideas, envía el alma los versos a los labios? La «forma natural y sagrada» conlleva aquí un significado trascendente: la naturaleza viene a ser la expresión del equilibrio cósmico en el que el hombre está inmerso y cuya perfección es capaz de manifestar.
En el poema «Contra el verso retórico y ornado» de ese mismo libro, escribe:
Contra el verso retórico y ornado
El verso natural. Acá un torrente:
Aquí una piedra seca. Allá un dorado
Pájaro, que en las ramas verdes brilla
(…)
Aquí, el modelo natural se funde con el ritmo poético, y la forma libre de los versos nos habla también del lenguaje de la naturaleza.
La sinceridad es, para Martí, un valor ético y estético, en tanto es el resultado de una implicación afectiva con el mundo y el fundamento de una nueva escritura. Cuando señala que «se ha de escribir viviendo, con la expresión sincera del pensamiento libre», Martí propone la literatura como una expresión de la conciencia, un decir en sintonía con un sentir que ha sido decantado en el tamiz del amor y el sacrificio y, ahora, es capaz de apuntalar una nueva forma poética, donde «a cada estado del alma [corresponda] un metro nuevo». Por ello se entiende que, para Martí, ser sincero equivalga a ser libre.
La coexistencia de dos actitudes ante la literatura —una que la valora en sí misma y otra cuyo centro vital es ético más que literario— no debe interpretarse como una contradicción en el pensamiento del escritor cubano, sino como la expresión de una dialéctica que se halla en consonancia con el mundo. ¿Acaso no convergen en ambas una misma raíz, una sola actitud inspirada en el amor noble como conocimiento justiciero: el amor a la palabra puesta al servicio de los hombres, y el amor a la belleza, entendida como sencillez y moderación de la forma natural?
Hemos señalado que el amor noble encuentra su centro ético en la doctrina cristiana. Pero, junto a la bondad evangélica, en Martí existe también la necesidad de establecer un equilibrio entre el hombre y la Naturaleza. Su sentido cósmico de la naturaleza define buena parte de su adhesión a la justicia y su vocación fraterna, como si el mal representara un desequilibrio esencial y el estado original del hombre fuera la paz, la hermandad y la justicia.
El amor noble puede entreverse en otros aspectos del pensamiento de Martí, como en su vocación pedagógica, por ejemplo. Pero quizás sea en su reflexión sobre América y en su lucha por la libertad de nuestro continente, donde se manifieste con mayor ímpetu heroico. En una época en la que el evidente progreso de la cultura norteamericana propició el surgimiento de ideas que veían en los Estados Unidos un paradigma cultural, las ideas de Martí plantearon un enfoque nuevo y distinto. Él identificó las grandes diferencias culturales entre la América del Norte y la hispana —«Nuestra América»—, advirtiendo los peligros que representaba para nuestros pueblos la presencia del «nuevo amo disimulado» , percatándose tempranamente de la magnitud del fenómeno imperialista y proponiendo la unidad latinoamericana como la única vía de hacer frente al vecino codicioso.
En su voluntad de comprender las diferencias sustanciales entre las dos Américas, Martí estudió la historia, la religión y los diversos aspectos culturales de cada región y entendió el racismo como un instrumento imperialista. Asimismo, frente al auge europeizante de su época, reivindicó nuestro deber de conocer cabalmente el pasado americano y actualizar la conciencia sobre su importancia en el presente del continente. Dirá: «Hasta que no se haga andar al indio no comenzará a andar bien América». Por esta vía, el escritor se permitió inscribir nuestra cultura al ámbito universal, enfatizando la importancia de extraer de nuestro «pequeño género humano» todos los valores para forjar una expresión auténtica y original.
Las ideas americanistas y antiimperialistas de Martí fueron más allá de la retórica ética y lo llevaron a participar heroicamente en las luchas por la libertad de América. (Porque hay que «escribir viviendo», y «¿qué es decir sin hacer?»). Si en sus escritos emerge inextricable un sentido ético, esa unidad ética y estética se vislumbra en su acción política. Julio Miranda resalta este rasgo al señalar el afán estético y el tono amable —en él, amor y belleza van unidos— que Martí expresa en algunas de sus acciones políticas, como en aquella campaña que «venía preparando tiernamente; con todo acto y palabra mía, como una obra de arte».
El optimismo martiano, basado en su esperanza en el bien y en el hombre, tuvo, no obstante, un lado sombrío, que Miranda describió como una conciencia ética que roza la muerte. No son pocos los momentos en que el escritor nos habla de la muerte como una presencia constante. Al fin y al cabo, la muerte está presente en todo acto amoroso y constituye la esencia del sacrificio. Algunos versos de Martí parecen, a veces, nutrirse de esta nocturnidad o de un halo desesperado de expiación:
Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche.
(«Dos Patrias»)
¿Qué como crin hirsuta de espantado
Caballo que en los troncos secos mira
Garras y dientes de tremendo lobo,
Mi destrozado verso se levanta…?
Sí; ¡pero se levanta! –a la manera
Como cuando el puñal se hunde en el cuello
De la res, sube al cielo hilo de sangre: –
Sólo el amor engendra melodías.
(«Crin hirsuta»)
(…)
También el Sol, también el Sol ha amado
Y como todos los que amamos, miente:
Puede llevar la luz sobre la frente,
Pero lleva la muerte en el costado.
(«Abril»)
Y, en una carta dirigida a su hermana Amelia, el escritor confiesa este lado oscuro de su sentir: «Y ayúdate de mí para ser venturosa, que yo no puedo ser feliz, pero sé la manera de hacer feliz a los otros».
En Martí, la literatura y la acción, la belleza y el sacrificio, el amor y la muerte no son conceptos aislados, sino fuerzas complementarias que definen su pensamiento y su quehacer. Su escritura es el reflejo de una vida entregada a la justicia, a la fraternidad y a la búsqueda de una verdad que no solo se enuncia, sino que se encarna en cada gesto y en cada palabra. Su ideal del amor noble, enraizado en la tradición cristiana y en el equilibrio cósmico de la naturaleza, trasciende la mera emoción para convertirse en principio de vida y en proyecto político. Es por ello que en su legado se funden el arte y la ética, y que su obra sigue interpelándonos, exigiendo un compromiso que nos lleve a escribir viviendo y a hacer de la belleza un acto de libertad.
Notas
1 Cintio Vitier. (1978). Prólogo a Obra Literaria de José Martí. Biblioteca Ayacucho, N° 40, p. IX. Caracas.
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