Venezolano narra el calvario de estar preso en el extranjero
Panorama, 19-4-2016
Simón, un narcomula venezolano, narra la historia en una prisión en Ecuador. Pertenecía a una banda de narcotráfico colombiana. Creyó que su vida mejoraría al llevar cocaína a España, pero fue todo lo contrario. Vivió el infierno de la cárcel y, ya libre, cuenta la odisea y el aprendizaje de su calvario en prisión.
Rafael Sulbarán
“Quedé preso en Ecuador por narcomula. Me llamo Simón, tengo 20 años, creí que transpotando drogas a España podía salir de la pobreza. Con un amigo en malos pasos (tráfico de drogas) me involucró en el negocio. Ellos hablaban sobre lo lucrativo del asunto. Me darían alrededor de 30 o 40 mil bolívares por la operación.
Los de “arriba” me prometieron que no me harían daño si me les fugaba con la mercancía. Tal vez ‘solo una coñiza en la calle y ya’. Yo puse condiciones y ellos me daban lo que quisiera. Entonces la cosa se hicieron a mi manera. Así tendría menos riesgo, o al menos eso era lo que yo pensaba.
Los de “arriba” me prometieron que no me harían daño si me les fugaba con la mercancía. Tal vez ‘solo una coñiza en la calle y ya’. Yo puse condiciones y ellos me daban lo que quisiera. Entonces la cosa se hicieron a mi manera. Así tendría menos riesgo, o al menos eso era lo que yo pensaba.
Allá en Guayaquil , el cartel colombiano que dirigía la operación me puso en contacto con una agencia de modelaje para camuflarme allí. Me asignaron a alguien semejante a un vigilante, al que llamaremos ‘Colombiano’. Él me asesoró en toda la operación, por supuesto mandado de arriba.
El cartel me consiguió participar en distintos eventos, incluso en la televisión, como para despistar la cosa y así poder engañar a las autoridades. Me consiguieron, además, una invitación de una “agencia española” de modelos. De esta manera, justificaría el viaje hacia el viejo continente, donde transportaría la droga como mulero.
Llegó el día del negocio y yo estaba listo en el hotel con la maleta repleta de 14 kilos de cocaína escondidos en un compartimiento. ‘Colombiano’ arregló todo y me acompañó al aeropuerto, rezamos a todos los santos, nos despedimos y desaparecí entre la espesura de rostros que zigzageaban en los densos pasillos del aeropuerto de Guayaquil.
Traspasé los primeros chequeos, todo fluyó sin novedad. Pero justamente en la última estación de revisión, antes de abordar el avión, sin razón alguna les llamé la atención a unos guardias. Ellos me preguntaron que hacia dónde iba. Les enseñé mi carta de España y les expliqué que era modelo profesional. Pero las cosas dieron un giro brusco cuando empezaron a revisar mis cosas, y con un cuchillo violentaron la maleta saliendo a relucir la droga. Pasé la peor vergüenza de mi vida, todos miraban, pero yo negué todo. Lo negué pero ellos sabían que era culpable.
Cuando me vi esposado y rodeado de muchas armas, decenas de policías, me di cuenta de lo que había hecho, de dónde estaba metido. Ellos me decían que me calmara, que todo iba a salir bien. Yo había negado todo, dije que no sabía como había aparecido la droga allí. Entonces ellos me convencieron de que delatara a esa persona, que si cooperaba mi sentencia sería menor, solo de unos 3 o 4 años. Pensar en ese tiempo me desesperó y entré en cólera, lloré mucho. Sin embargo, los policías me ayudaron.
Me llevaron fuera del aeropuerto a comer y a una plaza para pensar bien el plan para atrapar a ‘Colombiano’. Cuando me sacaban de aeropuerto me sentí Pablo Escobar escoltado por un montón de guardias, esposado y muchas patrullas.
Todo esto lo hacen para prevenir algún ataque del cartel. Muchas veces ellos (el cartel) pelean por los suyos, más que todo si son primos, familiares muy cercanos o grandes amigos. Conmigo no hicieron eso, nadie me iba a defender al menos que fuera el ‘Colombiano’.
El ‘Colombiano’ me tenía mucha confianza, me lo fui ganando poco a poco. Yo sabía que a él le gustaba mucho una modelo colombiana amiga mía que vivía en Guayaquil, por eso lo llamé y le dije que eché para atrás el viaje. Que lo haría luego ya que había demasiada gente en el aeropuerto y me había dado temor. Él se extrañó, pero me dijo que no había problema. Entonces le pregunté dónde estaba y me dijo que en una discoteca. Le conté que le llevaría a la modelo para echarnos la rumba. La policía anotó la dirección y arrancamos hasta la disco. Obviamente me llevaban esposado y no me dejarían entrar para buscarlo, entonces yo lo llamé al celular, le dije que saliera porque no tenía sencillo.
Una vez presos el ‘Colombiano’ me decía: ‘¿Qué hiciste, te volviste loco?’ Yo le pedía perdón, y alegaba que lo hice para salvar mi pellejo, que confesando nos iría mejor. Me tenía un odio interminable y no lo culpo, pero fue lo único que se me ocurrió hacer.
Una vez presos el ‘Colombiano’ me decía: ‘¿Qué hiciste, te volviste loco?’ Yo le pedía perdón, y alegaba que lo hice para salvar mi pellejo, que confesando nos iría mejor. Me tenía un odio interminable y no lo culpo, pero fue lo único que se me ocurrió hacer.
Fui trasladado a una especie de celda en un recinto donde funciona la comisión antidrogas ecuatoriana, me separaron del ‘Colombiano’ para resguardarlos y para que no me matara. Luego a ambos nos llevaron a un retén en Guayaquil, donde pasamos 15 días.
La primera noche fue un infierno. Una vez recostado en mi celda, donde estaba junto a tres reclusos más caí en cuenta de mi desgracia. No paré de llorar por tres días. Mis compañeros trataban de consolarme, pero era imposible. La primera noche dormí en una litera, pero era de cemento. Al otro día compré un colchón y también tenía que pagar por la comida. Por la celda tuve que soltar 40 dólares. Yo no tenía a nadie, ni siquiera había llamado a mi familia, por eso tenía que distribuir bien mi dinero, sino me moriría. Me sentía en el infierno de Dante. Luego me fui habituando, también por el apoyo que recibí de mis compañeros, los cuales me alentaban diciéndome que mi pena sería corta, que era joven. Además en la cárcel mayor podía incursionar en el mundo del modelaje, ya que un interno organizaba desfiles. Allí, poco a poco, cambió mi ánimo, pero la depresión seguía.
Con los días me llevaron, junto con otros presos, a una cárcel mayor en Guayaquil. Tenía algo de dinero, unos tres mil dólares. Cuando llegamos enseguida un grupo de líderes de pabellones, o pranes, nos recibieron ofreciéndonos las bondades de cada pabellón. Teníamos que comprarlos, luego ellos se arreglaban con los guardias. Yo decidí entrar a uno que me costó 500 dólares. Me pareció una buena elección porque el grupo era en su mayoría traficantes de drogas, que normalmente son menos ofensivos.
Compré mi estadía por 2.000 dólares. Como yo era uno de los ‘nuevos’ con el cambio de guardias de vigilancia de la cancha tenía que pagar algunos dólares, ya que esa era una de las reglas invisibles para los recién llegados. Fue muy duro al principio. Pensaba en mi mamá, en mi hijo y esposa. Ya enterados de lo que pasó, mi madre, con lo poquito que podía, logró enviarme dinero. También tuve apoyo de mis primas. Con eso pude sobrevivir.
Comencé a trabajar dentro de la cancha. Yo era un amo de casa. Limpiaba todo y les lavaba la ropa.
Un día un nuevo recluso revolucionó la vida penitenciaria cuando tenía cerca de 6 meses allí. Un tipo al que llamaremos “Pablo” entró con una guitarra como inquilino en la cancha y me invitó a cantar. Yo que siempre he tenido inclinaciones por la música y sé tocar guitarra, vi en eso una forma de liberar el estrés. En esos días conocí a una señora amiga de Pablo la cual quedó encantada conmigo. Unos de esos días que yo voy a cantar ella me prometió un celular y al poco tiempo me lo envió. Entonces se creó un vínculo que me ayudó mucho adentro. Ella me llevaba comida, me dio ropa, dinero y otras cosas.
Mucha gente me metió la mano. Entre ellas, la encargada de Casa de la Cultura del recinto. Ahí me presentaron a “Esteban”, tenía un proyecto de presentar una colección de ropa de su propia inspiración y autoría llamada ‘Prision’. Le porpuse hacer un desfile. aceptó y lo hicimos. Fue un éxito, fueron hasta los periodistas. Una revista me invitó a realizar una editorial de moda y la periodista, Carolina, quedó enganchada conmigo. Ella me prometió que me ayudaría, y yo le creía. Se portó muy bien conmigo porque también me ayudó económicamente como la señora, a la cual ya había despachado. Ella me ayudó para construir una celda en el piso de arriba en la cancha. Allí dormíamos en una litera, en un mínimo espacio. Apenas cabía el televisor, pero teníamos ya cierta comodidad: un DVD y una cocinita que guardábamos debajo de la cama junto a otras cosas”.
En esos días el presidente ecuatoriano Rafael Correa y su gobierno introdujeron la ley de amnistía a todos los narco mulas los cuales tengan un retraso en el proceso de juicio por más de un año. Yo ya tenía más de año y medio, así que esto me cayó como anillo al dedo. Entonces con la ayuda de Carolina, y de una juez, se tramitó mi excarcelación. También hicimos el trámite con el ‘Colombiano’. Yo lo delaté, pero lo ayudé a salir. En mi caso, completé una condena por dos años de libertad condicional. En este período me mudó con Carolina y comencé a trabajar en Guayaquil como asesor comercial en una empresa editorial. Carolina quedó embarazada. Luego de nacer mi hijo, nos separamos y me regresé a Venezuela por tierra.
Yo estaba tan enredado que Dios me puso allí para entender la vida, para saber que con trabajo honrado se construye un camino. Hay que valorar lo que tienes, tienes que quererte y amar todo lo que te rodea, lo malo tiene solución. Por eso digo que la vida es una prueba”.
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