San Juan Diego el primer santo indígena de América Latina, por María García de Fleury
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Soy María García de Fleury.
Juan Diego Cuauhtlacuatzin, el indio vidente de la Virgen de Guadalupe, nació hacia el año 1474 en México. Muchos lo llaman explícitamente el embajador mensajero de Santa María de Guadalupe. Lo llamaban Cuauhtlacuatzin porque es una palabra nahuatl que significa águila que habla.
Fray Toribio de Benavente, apodado por los indios como Motolinía, fue uno de los primeros 12 misioneros franciscanos españoles que llegaron a México para evangelizar y fue quien bautizó a Cuauhtlacuatzin y le puso el nombre de Juan Diego. Se desconoce cómo fue su conversión porque en los primeros años de evangelización no había ningún tipo de registro. Lo que sí se sabe es que a cada sábado Juan Diego recibía lecciones de catecismo en el colegio de Tlatelolco, en la actual Ciudad de México. Juan Diego estaba casado con María Lucía, con quien fue bautizado, pero ella murió dos años antes de que se le apareciera la Virgen de Guadalupe a Juan Diego.
Desde su casa en la región en la que hoy se encuentra Cuauhtlitlán, al lugar donde era evangelizado, recorrió una distancia de 28 kilómetros. Recorrer ese camino a pie actualmente tomaría al menos seis horas. En ese trayecto fue donde ocurrió precisamente la aparición de la Virgen de Guadalupe. La Virgen de Guadalupe se le apareció a San Juan Diego entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 y le pidió que intercediera con el primer obispo de México, Fray Juan de Sumárraga, para que construyera un templo al pie del Cerro Tepeyac.
Juan Diego fue paciente y perseverante y no se desalentó por la aridez y la frialdad con la que el obispo lo recibió y las dudas de lo que le decía. El Nikán Mopoa, que es el documento histórico donde se relatan las apariciones de la Virgen, narra que Fray Juan de Sumárraga le pidió a San Juan Diego una prueba de la veracidad de las apariciones de la Virgen. Santa María le pidió entonces a Juan Diego que recogiera rosas que aparecían milagrosamente en el árido cerro del Tepeyac.
Juan Diego cortó las flores, las colocó en su tilma y se las llevó al obispo. Al abrir la tilma ante el prelado, la imagen de Santa María de Guadalupe había quedado milagrosamente estampada en la tilma. Las rosas perfumadas de la tilma fueron las medicinas que curaron la suspicacia del obispo, quien se convenció del prodigio de fe que le estaban mostrando Juan Diego de ese momento. Después de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Diego se entregó plenamente al servicio de Dios y de su madre.
Transmitía lo que había visto y oído y oraba con gran devoción, aunque le apenaba mucho que su casa y pueblo quedaran tan distantes de la ermita. Por eso, el obispo le permitió que Juan Diego se construyera una casita junto a la ermita. Juan Diego murió a los 74 años, 17 años después de la aparición de la Virgen, alrededor del año 1548, el mismo año que falleció el obispo Fray Juan de Sumárraga.
Juan Diego fue enterrado en su cuartico junto a la ermita de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac y fue canonizado en la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México por San Juan Pablo II el 31 de julio del año 2002, convirtiéndose en el primer santo de raza indígena de América Latina por su dedicación y entrega a la Madre de Dios, porque él supo que con Dios siempre ganamos.
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