Breves sobre la conspicua soledad del autócrata
“La soledad es nuestra propiedad más privada. Viejo rito de fuegos malabares en ella nos movemos e inventamos paredes con espejos de los que siempre huimos (…) La soledad es noche con los ojos abiertos. Esbozo de futuro que escondió la memoria. Desazones de héroes encerrado en su pánico y un sentido de culpa, jubilado de olvido Es la tibia conciencia de cómo deberían haber sido los cruces de la vida y la muerte, y también el rescate de los breves chispazos. Nacidos del encuentro de la muerte y la vida. La soledad se sabe sola en un mundo de solos. Y se pregunta a veces por otras soledades”. Mario Benedetti, citado por Raquel Tawil Klein, Trabajo presentado en el LVIII Congreso Nacional de Psicoanálisis. “La soledad y sus avatares: elección, síntoma o angustia». México D. F. 9 y 10 de noviembre de 2018.
En ocasiones nos sentimos solos y miramos esa ausencia de compañía como precisamente ella se nos presenta. Diría Neruda, como un encuentro intimo con nosotros mismos.
No me atrevería a transitar las profundidades insondables del ser humano más allá de las mías propias; sin evocar al filósofo, al poeta, al psicoanalista, al novelista, al solitario y entonces, maravillado, me hundiría una vez más en el ancho mar de los sargazos y en el contencioso que nos opone a toda discriminación.
Empero y, esta vez con deliberada brusquedad, me planteo discurrir levemente sobre esa complejísima relación entre el déspota y el pueblo oprimido tan trabajada en nuestra América Latina; llamando de distintas maneras al dictador, al tirano, al autoritario y por brevísimos momentos ensayando, ahora sí, de ubicar entre varios a uno por el que veríamos, en el mismo, a todos los demás.
Tal vez debería releer a Vargas Llosa o a García Márquez que nos han descrito con lujo algunos personajes que hemos sentido que los miramos de cerca, que los conocemos. En La Fiesta del Chivo, el peruano retrata hasta por dentro de su ontología, de su entraña misma, a Rafael Leónidas Trujillo y bastaría esa glosa, entre otras que a otros lucen más interesantes, para describir al protagonista de la comedia o de la tragedia, del poder, exclusivo y excluyente.
Es menester, sin embargo, traer al colombiano genial para abundar en esa soledad que él registra en El otoño del patriarca. Si Vargas Llosa retrata a Trujillo, García Márquez fotografía a Rojas Pinilla, a Juan Vicente Gómez, al extremo de revivirlos con los conjuros de su imaginación novelística.
Estas reminiscencias me vienen al espíritu para comprender más de lo que puede estar ahora amueblando la conciencia de los que nos gobiernan o del que nos subyuga, en esta distópica Venezuela, desrepublicanizada, desconstitucionalizada, desinstitucionalizada y humillada su ciudadanía.
Internacionalmente se exhibe el régimen aislado y señalado en términos displicentes. Hablar de un evento próximo para reunir a los miembros de una cofradía antifascista, luce más bien como un esfuerzo desesperado por contactar a los que, a pesar de todo, se disponen a una suerte de turismo navideño en la decaída Caracas, pero en realidad basta leer las notas sobre el último proyecto de ley en discusión en la Asamblea Nacional, suerte de respuesta, piensa el chavomadurismomilitarismocastr ismoideologismo a la Ley Bolívar del Congreso norteamericano, para realmente advertir la destilación más abyecta del fascismo.
Volviendo a la soledad del régimen, cabe resaltar que, en España, por ejemplo, fueron recientemente acusados de delitos y negociaciones fraudulentas con oro y tráfico de influencias y en Europa nadie quiere ni verlos; poco antes resultaron desestimados, en la reunión de sus naturales aliados del BRICS y más significativo aún, reconocido su Némesis Edmundo González Urrutia por doquier, como el ganador de las elecciones del pasado 28 de julio y entonces, se muestra la satrapía y sus elevados dignatarios, como se diría en la madre patria, más solos que la una.
Se cava entre Maduro y su combo militar policial con respecto a los conciudadanos, una fosa honda, ancha, larga. Internamente en Venezuela, se experimenta una separación entre el ilegítimo gobierno del chavomadurismomilitarismocastr ismoideologismo y la mayoría que se sabe birlada, ultrajada, maculada y plena de frustración e indignación. Ese distanciamiento solo crecerá con el tiempo hasta exacerbar la anomia que comprometa la regularidad de la gobernabilidad.
El liderazgo oficialista se puso viejo y decrépito desde el desconocimiento del resultado electoral del pasado 28 de julio. Se marchitó su discurso, se marginó de la gente y perdió el respeto de las instituciones que lo vieron perder y luego, hacerle trampas al pueblo.
Al hegemón debe atravesársele un nudo en la garganta ante todos. Se siente intuitivamente amenazado, mira a los lados, sabe que está íngrimo o acaso asociado con quienes no puede ni debe confiar demasiado, pero le toca en esta hora estar cerca de los amigos y aún más cerca de los enemigos que pudieran surgir de adentro. Es un lugar común que no pierde ni actualidad ni pertinencia. Hay miedo en su espíritu porque sabe que no es amado sino apenas temido. Ese es su argumento existencial y la impronta de su gobierno, sin dilemas, quiere ser directo y convincente, que, si no lo respetan, pues que le teman.
En los muros almenados del castillo del poder, el arteriosclerótico mandamás tal vez lea a Maquiavelo, pero, atento al ruido de las puertas y las ventanas. Está solo en su laberinto y quizá en el péndulo bipolar de su existencia evoque a André Maurois, que de memoria parafraseo: “El jefe no debe tener sino una sola pasión, la de su obra, la de su mando, la de su oficio. Es bueno que retenga algún misterio y, sobre todo, que fragüe una leyenda”.
@nchittylaroche
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