Tierra de Gracia: Maduro, emigrantes y Chevron
Hay varias circunstancias por las que un ciudadano se ve obligado a dejar su tierra natal. Para los venezolanos, que han tomado esa dura y difícil decisión (una legión sobre 7 millones), dos circunstancias han estado presentes: la inseguridad económica y física, además de la persecución de un régimen dictatorial que hostiga a quienes no piensan exactamente como ellos
Salir de tu entorno natal siempre origina un trastorno. Cambiar tu horizonte, tu familia, tus referencias sociales, tu ciudad, tu barrio, tu calle, tu casa siempre es una crisis mental a la que hay que adaptarse asumiendo otro ámbito extraño. Nadie abandona su país si no es bajo una amenaza de que seguir allí corre peligro su existencia. La opción es salir cuanto antes y, si nada cambia allí, no volver. En Venezuela se ha dado esa triste realidad. Nunca antes en su historia republicana fue un país de emigrantes hasta que llegó la plaga maligna y persistente del socialismo del siglo XXI, que inauguró Hugo Chávez, un comandante de paracaidistas, que no vivió para ver su obra consolidarse.
Desde hace 25 años, los venezolanos de toda condición han salido de su país para poblar otros lugares tan lejanos como Australia, Europa, Estados Unidos, Canadá, Centroamérica y los hermanos más cercanos del sur. Andando por los caminos verdes fronterizos, atravesando selvas y ríos con la vida errante en vilo. En vuelos, los que pudieron costearlo. Ha sido la mayor emigración de nacionales de un país donde no caen bombas. La metralla, que los ha obligado a abandonar a su nación, ha sido la calculada operación de ingeniería social depurada por el neocomunismo caribeño del régimen cubano aplicado con saña y eficiencia en Venezuela.
Millones de cubanos fueron obligados a salir en la década de los sesenta, arraigaron, se instalaron y se reprodujeron en la Florida americana. Siguen siendo cubanos, incluso los que ya nacieron allí, pero la patria los dejó atrás. Ese escenario parece repetirse en el caso de los venezolanos de esta nueva diáspora. El mensaje de María Corina Machado en su campaña para la presidencia de Edmundo González Urrutia fue el de la esperanza de que esos millones de venezolanos, obligados a vivir lejos, pudieran regresar a un país que abría sus puertas a una nueva democracia en libertad. Por ahora, no ha sido posible.
Y ese regreso esperado se ha complicado, porque en vez de ser voluntario el retorno, ahora es obligatorio, según Mr. Trump. Al desarraigo se suma ahora la incertidumbre de perder lo obtenido en Estados Unidos, tal como la petición de residencia permanente, trabajo, colegio de los niños. Sin contar, que muchos de esos compatriotas no pueden ni quieren volver a la Venezuela comunista. Esos emigrantes que huyeron del infierno, que no merecían, ahora les condenan sin haber cometido pecado.
Chevron
Maduro, ese ilegal experto en enredar a su favor, agrega que no aceptará a sus ciudadanos deportados en represalia a la suspensión de la licencia de la petrolera Chevron para operar en Venezuela. Según dice The Wall Street Journal y la agencia EFE. La petrolera, que tiene un mes para cesar su actividad, estaba exportando 200.000 barriles diarios a Estados Unidos –25% de la producción total del crudo venezolano—, eso le producía al régimen 400 millones de dólares diarios. Un dinero fresco, sin necesidad de lavarlo en paraísos fiscales. Así se entiende que Maduro le ponga piedras en el camino a Mr. Trump a su plan de deportar venezolanos. El dictador, que tiene amigos en Irán y Rusia, tendrá que pedirles ayuda para cubrir ese déficit millonario.
Los activos de Chevron se los quedará Pdvsa, que carece de la capacidad inversionista de la petrolera estadounidense, lo cual anuncia una caída de la producción venezolana. Eso producirá un efecto en cascada para la obtención de dólares para importar, una devaluación en el cambio de divisas y la consiguiente inflación al alza. Maduro no podrá asegurar un crecimiento mayor que el año pasado, aunque su propaganda lo afirme. Por más que vocifere en sus arengas iletradas, el plan de sanciones del gobierno de Mr. Trump contra la dictadura bolivariana le va a complicar aún más el ejercicio de su presidencia ilegal.
En todo este escenario económico y financiero, sigue penando el pueblo venezolano, tanto el que no salió y sigue allí, expectante de que el nuevo presidente electo asuma el poder, como los que esperan que les toque la orden de ser deportados por la administración norteamericana. El petróleo, para bien y para mal, siempre ha condicionado a la realidad de Venezuela.
Carlos Pérez-Ariza es doctor en Periodismo por la Universidad de Málaga.
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